domingo, 29 de septiembre de 2013

¡El problema pastoral más urgente! (III)


Muchos dicen que ‘no tienen tiempo para orar’. ¡Ya no tienen tiempo de orar!

Y me pregunto: entonces, ¿en qué pierden el tiempo? Porque cuando no se tiene tiempo para orar, se está perdiendo el tiempo. Y es como decir que no se tiene tiempo para ser persona. Y, entonces, vuelvo a preguntar: cuando no se tiene tiempo para ser persona, ¿qué se puede ser?

Tal vez se pasa el tiempo, en el mejor de los casos, en hacer ‘cosas buenas’ por un Dios, al que no conocen y con el que no hablan, aunque hablen mucho de Él.

Bien pensado, es una comprobación desconcertante. Habiéndole sido dado al hombre, a la mujer, este tiempo para orar, antes que nada para esto, encuentran tiempo para todo, excepto para la única cosa que les afecta e importa de verdad a su vida.

Muchos dicen, como excusa: ‘no somos contemplativos’. Pero lejos de ser una excusa, es una verdadera desgracia. Hay que cambiar de mentalidad, porque si bien no estamos llamados a pasarnos el día rezando ni a ir a un convento monacal, sí estamos llamados a la contemplación, como un elemental compromiso nacido de nuestro bautismo.

El hombre ‘se instala en el tiempo para hacer de él una ridícula eternidad, sin mostrar ningún interés por el más allá definitivo. Diríase que su gran preocupación es distraerse de Dios y de todo pensamiento sobrenatural[1].

Hablad a los hombres de virtudes exteriores, intrepidez, dedicación; son cosas que se comprenden. Pero proponedles entrar dentro de sí mismos, que mediten, que oren y los veréis desconcertados.

Se ve incluso religiosos que, bien dispuestos, por otra parte, escatiman lo más posible los ejercicios de piedad y disputan a la oración que les parece mejor empleado en otra cosa.

Las dos o tres medias horas reglamentarias son para ellos la más pesada carga; no saben qué hacer con ellas y, para pasar el tiempo, se entregan a una lectura cualquiera, a no ser que se duerman o piensen en otras cosas. Es muy de lamentar. ¿Qué alegría puede encontrar ya en el convento y cómo puede su vida consagrarse a un Dios con quien no saben hablar?[2]

Este es un cuadro preconciliar, clásico. Hoy se ha agravado. ¡Qué le vamos a hacer! Somos ciegos y constantemente estamos tentados a limitar la realidad a lo visible e inmediato. El Reino de Dios es invisible, y la sabia que lo llena que es el Amor y el ejercicio del amor, por sí mismo, la oración, es considerada ajena a los quehaceres. Los grandes planteamientos cristianos, no parecen ser, planteamientos de fe viva, sino de estrategias y preceptos humanos. El ‘creyente’ busca en gran medida distraerse ‘santamente’. Y lo consigue. Y hasta se siente tranquilo…, frecuentemente.

Ignoran, además, si son cristianos católicos, el pensamiento de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico, que dice, aunque desafortunadamente reducido y referido a los religiosos:

“La contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración debe ser el primer y principal deber de todos los religiosos”[3].

Y hablando del frecuente gran equívoco [4] del apostolado, dice:

“El apostolado de todos los religiosos consiste principalmente en el testimonio de su vida consagrada, que ha de fomentar la oración y la penitencia”[5].

Por otra parte tiene toda la razón quien dice, no solamente subrayando una esencial consigna, sino detectando un fallo de base religiosa seria (Lc 6, 46-49):

                “Cuando se aborda la vida religiosa[6] hay que empezar por hundirse en Dios”[7].

Y, por desgracia, se encuentran también sacerdotes que casi nunca hacen oración. Se ve, en seguida, que su morada no está en los cielos… Faltan gravemente a su razón de ser personal, a su función ministerial de orar, de interceder por los hombres. Es una desdicha y una lamentable perversión del espíritu. Y no se ve gran perspectiva de cambio, por ahora. Pero es bueno recordarles:

“Conozco tus obras, tus fatigas y tu constancia. Sé que no puedes soportar a los malos;… que eres constante y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo algo contra ti: has perdido el amor primero” (Ap 2, 2-4).

En una ocasión un maestro de escuela preguntaba a sus alumnos de unos doce años:

- ¿Qué es un rabino y qué se puede hacer con él?

- Es una clase de fruta tropical con la que se puede hacer dulce – respondió uno.

Ante la desaprobación del maestro, todos callaron y se miraban confusos. Sólo un alumno desde el fondo de la clase, y al cabo de unos segundos, respondió:

- Creo que es una especie de cura judío, y no se puede hacer nada con él.

Es doloroso, pero frecuentemente cierto entre gente de iglesia.

Naturalmente que esa incapacidad se explica por la ausencia de diálogo sincero, hondo, sostenido y continuado con Dios.

“Este [el sacerdote] no es solamente el hombre de acción que se dedica al bien de aquéllos que le están confiados; es, ante todo, el hombre de oración (…) hombre de Dios: ser hombre de Dios significa ser hombre de oración”[8]

La oración antes de ser ‘plegaria consciente’ es naturaleza profunda que busca a Dios; y tiene que actualizarse.


NICOLAS DE MARIA CABALLERO, CMF


[1] “…afirmáis la fuerza preeminente de la vida interior, oponiéndoos a aquella secular inclinación por la que se mueven los mortales de salir como de su centro y derramarse al exterior”. PABLO VI, Al Congreso de Abades y Priores,  1 – X – 1973, Cf N SILANES La oración, Secretariado trinitario, Salamanca, 1974, 79.
[2] M. LEKEUX, El arte de orar, Herder, Barcelona 1959, 21.
[3] “Rerum divinarum contemplatio et assidua cum Deo in oratione unio omnium religiosorum primum et praccipuum sin officium” (CIC 663, 1)
[4] Se suele ‘perversamente’ entender apostolado como acción, actividad. La Iglesia lo centra. De alguna forma lo define como irradiación de mi relación amorosa y de mi corazón contrito y humillado, que predica esencialmente amor a Dios, amor al prójimo desde Dios, y arrepentimiento de los pecados.
[5] “Omnium religiosorum apostolatus primum in corum vitae consecratae consistit, quod oratione et poenitentia fovere tenentur (CIC 673).
[6] En realidad es cuando se afronta la vida bautismal, esencia misma del vivir cristiano. El referir preferentemente la vida de oración a la vida religiosa consagrada, es, a mi entender, una degradación y una reducción inadmisible. La primera referencia del Hijo es el Padre y la intimidad franca con Él.
[7] J. LECLERCQ. Hacia un cristianismo auténtico, Dinos. San Sebastián 1959, 176.
[8] JUAN PABLO II. El sacerdote, hombre de oración. Ecclesia, 2496 (31 de marzo de 1990) 23 (475).

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