domingo, 30 de junio de 2013

¡Cuidado!, no todo es Nueva Era. ¿Qué es la Nueva Era?


No debemos ser herejes pero tampoco ignorantes y ridículos frente a situaciones, doctrinas o formas de vida que parecen romper los ‘esquemas’ establecidos en las mentes de muchos.

Existen hoy personas que parecen ‘funcionarios retardados de la Inquisición’; siempre a la caza de brujas. De este modo no se beneficia la religiosidad ni la sana teología abierta siempre a todos, aunque con discernimiento y cautela, pero sin miedos infundados ni actitudes básicamente negativas y defensivas.

Le cuesta al perezoso hacer discernimientos verdaderos y valientes; no sabe discernir las ‘semillas del Verbo’ diseminadas en distintos momentos y situaciones de la historia de la humanidad y de las grandes expresiones religiosas, no necesariamente sectarias.

Existen los ‘perezosos mentales’. No quieren pensar

·         por falta de ciencia teológica
·         por inmadurez afectiva
·         por mala formación
·         por inseguridad: ‘lo del siempre es lo seguro’, piensan.
·         ignoran o no son conscientes de que, incluso, dentro del dogma cristiano existe lo que se llama la ‘evolución homogénea del dogma’, lo que permite, no cambiar las verdades, pero sí nuevas expresiones y formular ‘nuevas’ verdades contenidas en lo anterior.
·         que el mejor conocimiento del hombre: cuerpo, cerebro, mente, conciencia, permiten entender mejor y facilitar la apertura del hombre al misterio de Dios, haciendo más verdadera y comprometedora la afirmación tradicional de que la ‘gracia supone la naturaleza’.

Hoy, con gran facilidad, se tiene por sospechoso todo lo que no ‘encaja’ en una mentalidad previamente establecida. Muchos funcionan con esquemas ‘cerrados’ que a nadie benefician. Yo la llamaría, con demasiado optimismo la ‘teología de la sospecha’, cuando realmente es  la ‘teología de la murmuración’.

En ciertos ámbitos es fácil considerar herético o desacertado lo que no encaja en esos esquemas poco seguros por ‘excesivamente seguros’ de algunos. O, infantilmente se convierte a sus ojos en lo que se llama hoy la Nueva Era.

Cuesta salir de esa pereza mental y reconocer, sencillamente, que ‘no se sabe’. Es particularmente dañino cuando quien mantiene esas reservas mentales, acusaciones en ocasiones, es un sacerdote, porque de la ‘boca del sacerdote se espera la sabiduría’, como dice la Biblia.

Pecamos de superficialidad. Y sería peor en dirigentes espirituales o pastores de la Iglesia. Nuestra ligereza, aun con toda la buena voluntad, puede hacer estragos. La Iglesia no es ligera…

Sin embargo, en el fondo subyace una alarmante falta de equilibrio que tiende a matar la pluralidad sana de nuestro pueblo conformándolos con criterios ‘míos’ personales y no con criterios de la Iglesia abiertos y acogedores, aunque no ligeros; y tiende a matar nuevas posibilidades de trabajo  de pedagogía. Como ejemplo de equilibrio y buen hacer pastoral, tenemos afirmaciones y recomendaciones del Concilio Vaticano II, tales como las siguientes:

“Para que los fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, únanse con aquellos hombres por el aprecio de la caridad, siéntanse miembros del grupo humano en el que viven y tomen parte en la vida cultural y social, interviniendo en las diversas relaciones y negocios de la vida humana; familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas; descubran, con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas se contienen”[1].
Es un documento Ad Gentes, sobre ‘los gentiles’, los paganos, diríamos, con lenguaje ya usual ‘tradicional’.
Y añade:
“…deben conocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos para advertir en diálogo sincero y paciente, las riquezas que Dios generoso, ha distribuido a las gentes; y, al mismo tiempo, han de esforzarse por examinar esas riquezas a la luz evangélica, y reducirlas al dominio de Dios Salvador”[2]

Además en otro documento Nostra aetate, ‘sobre las religiones no cristianas’ demuestra un talante inteligente, maternal, al afrontar la diversidad de propuestas religiosas, especialmente el Islám y el Judaísmo[3].

Algunos atacan, casi sistemáticamente, lo que no coincide con su estrecha forma de pensar, o con los ‘contenidos’ de sus círculos cerrados y exclusivistas. Deberían caer en la cuenta, por ejemplo, de que algo perfectamente reconocido por todos y que está en todos los manuales, ya antes del Concilio Vaticano II, y en los devocionarios ‘antiguos’ de espiritualidad, que el desarrollo de la vida espiritual se ha dividido tradicionalmente en la vía ‘de la purificación, de la iluminación y de la unión’; y sería bueno que recordasen, tal vez lo ignoran, que esta formulación, inicialmente no es cristiana sino ‘del tardío clasicismo no cristiano’ (n. 17). Y lo afirma la Santa Sede.

Es fácil ‘escandalizar o engañar’ a la gente insegura, ignorante o autosuficiente. Basta con decirles lo que quieren oír. Y lo creen sin discernimientos ni género alguno de crítica.

La Iglesia condena ‘técnicas que dejen a la persona cerrada’ sin capacidad de apertura. Repito lo que condena no son las técnicas. Al contrario ‘técnicas de serenidad’ de ‘descongestión emocional y verbal’ dejan a la persona con una mayor receptividad, con una menor estructura, y, por consiguiente, más disponible. Y ese es un enorme valor de muchos ‘procedimientos orientales’. Ese es su valor y aportación a la oración cristiana. Lo demás son valores de fe, de esperanza y de amor. Lo distinguimos perfectamente.

Sin embargo, la calidad de mente cristiana de muchos, y la hondura de su oración ‘en Cristo Jesús’ no está obstaculizada por utilizar técnicas orientales, sino por el egocentrismo; por la falta de calma, por la agitación en la oración, por la falta de serenidad y de limpieza. Y los llamados ‘procedimientos orientales’ son, sin duda alguna, una gran oportunidad y hasta creo, que uno de los ‘signos de los tiempos’, que hay que considerar.

Los cristianos tenemos la ‘plenitud de la revelación cristiana’, pero nuestra manera de llevar adelante el proceso espiritual no siempre es el mejor. Por otra parte, no basta decir que todo es obra de Dios, obra del Espíritu Santo, porque siempre estará pendiente la espada de Damocles encima de nosotros, en forma de una inquietante pregunta: ‘entonces, ¿por qué no nos transforma el Espíritu?’ ¿Por qué no desarrolla ‘dentro’ de nosotros ese clamor esencial ‘Abba’ en el silencio profundo?

El hombre tiene que ‘hacerle sitio al Amor. La más profunda inmersión del hombre en Dios es la de la inmersión del ‘silencio’ humano, recuperado, en el Silencio de dios, regalado.

Aún a riesgo de ser mal comprendido, pero creyendo saber lo que diga, me atrevería a afirmar que los ‘procedimientos orientales’, en general, son mejores que los que consideramos ‘nuestros’. Porque aparte de la ascesis y exámenes, que también los tienen ellos, también tienen una enorme maestría sobre los estados de la mente, de la conciencia, de la corporalidad, que facilitan la apertura, la comprensión y abren camino a la fe.

Concretamente el mundo oriental hindú ofrece una maravillosa oportunidad, entre técnica, procedimiento y ‘ascética’, para ‘volver en sí’, para dejar de estar ‘fuera de nosotros’ y para dejar de estar desinteriorizados y dispersos.

Por ejemplo el ‘pratyahara’, un paso dentro de los varios en los que se va describiendo y conduciendo el proceso de desarrollo interior, es un extraordinario ‘medio’.

‘Pratyahara’
“Consiste en alejar la mente de todo estímulo sensorial, en aislarla del impacto de los sentidos y del residuo que éstos dejan en la mente, esto es, de la memoria y de la imaginación. Cuando nos faltan estos estímulos solemos aburrirnos y nuestra mente se apaga hasta quedarnos dormidos (…) se trata de conseguir, precisamente, que la mente, alejándose de todo lo exterior, de todo lo sensible y también del recuerdo de lo exterior, aprenda a mantenerse en perfecta lucidez, en perfecto estado consciente para poder aplicarla después a un trabajo de mayor profundización” [4].

¿No es, en el fondo, lo que buscaba santa Teresa, y que expone tan bellamente en varios lugares?[5]

Cuando la fe cristiana asume procedimientos tan maravillosos y válidos de otras religiones, para crear una pedagogía previa, la fe tiene más base humana de expresión y de progreso, y el Amor. Pero, si caemos en la herejía ‘aparentemente bella’ –como he oído en alguna ocasión-, de decir que lo único que importa es el Espíritu, habremos matado el ESPÍRITU COMO DON Y GRACIA, porque, si lo humano no importa, ¿a quién se da el Espíritu?

Esto es un neo-maniqueísmo, montanismo y encratismo, disfrazado, que condenaba la materia. ¡Qué hermosa visión la del Concilio Vaticano II!:

“Es la persona del hombre la que hay que salvar. (…) es… el hombre; pero el hombre entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad…”[6]

En el fondo de muchas mentalidades neo-espiritualistas existe una vergonzante actitud negativa frente a lo material del hombre y aun frente a sus recursos personales, sin darse cuenta de que la primera gracia de Dios es el hombre mismo, y la segunda, la transformación trinitaria en Cristo Jesús y en el Seno de María la Virgen.

Sin embargo la llamada ‘Nueva Era’ es un remedo de cosas buenas dispersas en las diferentes religiones y después ‘trastornadas’ y adaptadas a una mentalidad sin trascendencia, sin pecado, sin salvación, sin Jesucristo. Todo es puramente natural.

Consideramos la Nueva Era como la suma de todas las herejías y errores del pasado, actualizados y conjuntados en una pseudorreligión o religión a la medida de cada cual.

De una forma visual pueden apreciarse las diferencias esenciales entre nuestra fe cristiana y esta nueva herejía.

Y es útil, porque al margen de estos grandes errores, cosas pequeñas, que no encajan en la mentalidad de muchos, aunque utilizadas por la Nueva Era, son perfectamente válidas.

¿Por qué protestan porque todo es ‘Nueva Era’ en lugar de atacar a la Nueva Era por haberse apropiado de realidades de otras grandes religiones y de haberlas adulterado?

Un ejemplo maravilloso es la meditación oriental, tanto hindú, en alguna de sus formas, como la meditación Zen que tranquilidad, serenidad, y que facilita la serenidad y la calma; éstas, vividas desde la fe cristiana, favorecen el proceso de apertura y de descanso en Dios, en Cristo Jesús.

Nuestra fe cristiana
La Nueva Era
1) Partimos de nuestra fe cristiana.
1) No hay nada que creer. Sólo que no tenemos luz suficiente por falta de desarrollo adecuado para ver y comprender la realidad.
2) Nos habla de un Dios trino y personal.
2) Todo es dios. El panteísmo es la realidad única en la que todo es dios; y un dios impersonal.
3) Nuestra fe es el punto de arranque.
3) La ‘gnosis’ es una situación superior a la fe, en la que el hombre adquiere un conocimiento perfecto de todo y no racional.
4) La fe es una gracia de Dios.
4) La ‘gnosis’ es un desarrollo dentro de las capacidades personales de cada uno; está a nuestro alcance, al alcance de nuestro esfuerzo bien llevado.
5) La fe desaparecerá al llegar a la ‘visión beatífica’.
5) La ‘gnosis’ da de forma permanente una visión superior a la de la fe y nunca desaparece.
6) La fe se desarrolla con la gracia de Dios y la colaboración libre de la persona.
6) La ‘gnosis’ se desarrolla con la meditación.
7) Dios es creador de todo.
7) Nada ha sido creado; existe y evoluciona por sí.
8) La criatura tiene, especialmente el hombre hecho a ‘imagen y semejanza de Dios’, que ‘conocer, amar y servir a Dios’.
8) Nada es creado; nada está sometido; todo es Dios. Sólo que el hombre necesita hacer evolucionar su conciencia, a través de la meditación, hacia la comprensión e inmersión en el ‘todo’ cósmico.
9) El hombre es llamado y admitido a la comunión con Dios sin dejar de ser la persona que cada uno ‘es’.
Ej. La esponja sumergida en el Océano.
9) El hombre a través de la meditación y de la ‘gnosis’ se pierde en la conciencia cósmica o universal. Esta situación es el final y se llama ‘nirvana’. Uno deja de ser individuo y persona para ‘perderse en el todo’.
Ej. La gota de agua que se pierde en el océano. (La ‘muñeca de sal’).
10) Existe la posibilidad de que el hombre libre se rebele contra Dios: es el pecado. Existe el pecado.
10) Sólo existe la ‘ignorancia’ o la enfermedad. No existe algo llamado pecado.
11) El hombre necesita ser redimido. Jesucristo nos redimió con su vida, pasión, muerte y resurrección.
11) El hombre no necesita ningún redentor; cada uno se ‘realiza a sí mismo’. No hay tal Jesucristo, aunque se le reconozca una categoría de hombre ‘realizado’, ‘autorrealizado’.
12) Hay una Iglesia que ‘administra’ la redención de Jesús a través de los sacramentos.
12) No hay Iglesia ni iglesias. La conciencia de cada uno lo define todo.
13) Hay un cielo y un infierno. Si uno muere en gracia de Dios se salva y va al cielo, aunque si es necesario, deberá purificarse de lo venial, en el purgatorio. Es definitiva la salvación. Es definitiva la condenación.
13) No existe cielo ni infierno. Quien muere sin desarrollo suficiente para entrar en el ‘nirvana’ definitivo, tiene que ‘reencarnarse’, una y mil veces hasta que consiga el desarrollo necesario, la gnosis definitiva.
14) El camino para el cielo es la vida sacramental y, sobre todo, la vida de oración.
14) El camino para el desarrollo pleno es la ‘gnosis’ y el camino para ‘gnosis’ es la meditación.
15) Concibe la vida como una ‘salvación’ realizada en Cristo Jesús. Nadie se ‘autolibera’ es liberado por el amor de Dios, en Cristo Jesús.
15) Concibe la vida como una ‘autoliberación’ o una ‘autorrealización’, sin recurso a nadie. La psicología forma parte de esta ‘autorrealización’.
16) Cristo Jesús es ‘la fuerza y la energía’ personal de Dios, por el Espíritu Santo.
16) La ‘nueva era’ habla continuamente de una ‘energía’ ‘cósmica’, ‘pránica’, universal, impersonal.
17) La Iglesia acepta la utilidad y utilización de los métodos orientales, sin por eso tener que aceptar las filosofías en las que están metidos [7]


Anotaciones:
1. La relajación, aunque la use la Nueva Era ya era conocida en las grandes tradiciones religiosas, de quienes las toma. También es descrita perfectamente en nuestros místicos, como santa Teresa (CP 28,6) y san Juan de la Cruz (Subida al Monte Carmelo III, 2, 6).

La relajación es una maravillosa, aunque limitada, manera de armonía personal y de desbloqueo de tensiones. Facilita la apertura más encarnada de nuestra fe. No es una herejía; es una ‘oportunidad’. La tensión corporal y mental siempre está asociada al miedo y a la ansiedad.

2. La reencarnación va contra la fe cristiana (Hb 9, 27; 2Co 5,10), aunque podemos y debemos ‘nacer de nuevo’ por obra del Espíritu Santo (Jn 3, 3-4).

3. La oración cristiana no busca fundirnos con el ‘infinito’ indefinido sino  unirnos por amor con el Padre en Cristo Jesús y por la Fuerza del Espíritu Santo, Amor de Dios.

Que el demonio no turbe vuestra conciencia cristiana, ni siquiera disfrazada de ‘consejeros’, sin claridad suficiente, maestros de la sospecha y violentadores de la libertad que tenemos en Cristo Jesús.
Tened ideas claras, y libertad en Cristo Jesús

 NICOLAS DE MARIA CABALLERO, CMF



[1] decreto ad Gentes [AG] 11.
2 AG 11
[3] NE 2
[4] A. BLAY. Dhyana Yoga, Cedel, Barcelona 1964, 92s.
[5] Cf SANTA TERESA, Camino de perfección [Códice de Valladolid: CV] c. 47, n.1 [Códice del Escorial: CE] c. 28, n.4.
[6] Gaudium et Spes [GS], 3. El ‘Pratyahara’ es un maravilloso procedimiento que trata de apartar la mente, la conciencia, en definitiva, del influjo de los estímulos externos, que nos llegan a través de los sentidos externos; y también trata de serpararla de los estímulos de las sensacions internas o ‘proprioceptivas’. Lo primero consigue en parte por la soledad y dejar que todo fluya, la no resistencia; con los ojos cerrados; lo segundo, en gran parte por la relajación que, además de un descanso supone una maravillosa manera de ‘desconexión’ del propio cuerpo. En estos casos la mente se tranquiliza; la conciencia se va liberando y quedando dispuesta para ‘advertir’ otra realidad; en nuestro caso la ‘presencia escondida de Dios’, ‘creyendo como quien ve’ (Hb 11, 27).
[7] Carta a los Obispos de la Iglesia Católica de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre algunos aspectos de la oración cristiana, 15 de octubre de 1989, fiesta de santa Teresa de Jesús.

domingo, 23 de junio de 2013

Aproximación a la interioridad (II)

"Recuerdo que me habéis escrito que sufríais cuando tratabais de mantener vuestra atención. Esto es lo que sucede cuando sólo trabajáis con la cabeza; pero si descendéis al corazón, no tendréis ninguna dificultad. Vuestra cabeza se vaciará y vuestros pensamientos callarán. (...) No seáis perezosos, descended. En el corazón es donde se encuentra la vida, allí es donde debéis vivir. No imaginéis que se trata de algo que es referido a personas perfectas. No, ello concierne a todos los que han comenzado a buscar al Señor"[1].

Entra dentro de ti, donde Dios te espera… Lo cité en mi artículo anterior; aquí lo localizo como un maravilloso texto conciliar (GS 14). Aunque la cosa es ‘vieja’, que Teófano el Recluso ya se nota preocupado por solucionar esta avería del hombre, que no encuentra el propio corazón:

"No hay actividad externa, por buena o religiosa que sea, que no arrastre con ella el peligro de la disipación, de la pérdida de Dios, a menos que nos  mantengamos muy en guardia. A menos que nos mantengamos muy advertidos, podemos caer en usar la religión como un medio de escapar a la realidad de Dios. En el fondo sabemos que donde Dios nos aguarda es en la soledad de nuestro propio corazón... (...)… tarde o temprano, hemos de enfrentar la realidad de Dios dentro de nosotros mismos..."[2].

Siéntate cómodamente.
Respeta las leyes de tu anatomía y de tu fisiología; que no haya violencia en tu postura.

Construye tu presencia humana
Construir la propia presencia significa imprescindiblemente dos cosas: darse cuenta, estar presente -combatir la ‘ausencia’­-, y estar abierto -combatir estar ‘obstruido’, egocentrado-. Despiertos y abiertos fundamentan el acontecimiento de ser persona y de serlo en la presencia de Dios desde el ámbito de un corazón que acoge. En definitiva, quien nos realiza es el corazón, ojo del huracán que define nuestra quietud y nuestra dinámica. Se parece algo a la ‘sabiduría’ bíblica que, sin salir de sí misma, todo lo mueve y remueve y renueva. ¡Qué bella es la Biblia para extraer de ella palabras con las que hablar, sentimientos con los que consentir, silencios con los que estar y fuerza para ‘crear’, incluso nuestra propia identidad como ‘escuchadores’ de Dios y como ‘hijos suyos’! El acontecimiento de estar con Dios es la esencia misma de la oración, desde la vertiente del orante. Y es el ámbito de nuestra mayor presencia y de la mejor calidad.

Afronta tu inquietud.
A pesar del abismo interior que te llama a realizarte en él y al margen de sus esfuerzos mentales incapaces, notarás que algo se alborota dentro de ti; que el griterío de la misma mente está ahí como quien asustado ante algo ‘trágico’ grita asustado, levanta los brazos, se lleva las manos a la cara y grita y grita…y pide socorro. Y con sus aspavientos, flujos  y reflujos permanentes, con sus gritos desaforados condiciona tu afectividad, tus nervios y tus músculos. Es tu inquietud. Partimos de ella como de una realidad vulgar y cotidiana. No te inquietes.

Se experimenta como una tensión nerviosa desagradable junto a una molesta sensación de aprensión, frecuentemente generalizada y difusa. La inquietud es una actitud defensiva. Aumenta nuestra percepción del dolor. Todos los síntomas psicosomáticos son resultado de la inquietud. Escucha tu bullicio interno sin reaccionar. Sólo como quien escucha el ruido de la lluvia tras la ventana. Y tú estás ‘más adentro’ sintiendo silenciosamente, sin apego, todo lo que ocurre.

Asume tus heridas.
Empieza a desarrollar tu volumen y solidez internos, lugar de serenidad donde todo ‘cabe’ porque lo asumes con su valor de curativo. O no es cierta, si se entiende la afirmación de que ‘del fondo de nuestra patología nace nuestra curación’. Todos, en el fondo somos pequeños ‘Jobs’ frustrados ante nuestras impotencias pero realizados en el bello interrogatorio de Dios que, al poner al descubierto nuestra ignorancia, nos facilita su sabiduría. Y las heridas se curan no sólo cuando desparecen, sino cuando el alma las asume con la nueva comprensión que nace de Dios. Lo verás convertirse en una fuente de crecimiento y elaborará en ti una manera nueva de estar entre los hombres.

"Si alguien te insulta agradéceselo, porque te da la oportunidad de haber descubierto una herida que llevas dentro. Tal vez esa persona no es la causa de lo que te pasa, algo que el tiempo ha ido acumulando y ahondando. Esa persona que te ha herido solamente ha puesto en marcha un proceso oculto.

Cierra  la puerta, siéntate en silencio, sin ira hacia esa persona, con total conciencia del sentimiento que surge en ti. Empezarás no sólo a recordarlo sino a revivirlo de nuevo. Siente la herida, siente el dolor, no lo evites. Experiméntalo con toda  intensidad. Es posible que te pongas a llorar... Dite: 'esta vez no voy a rechazar el dolor; voy a beberlo, voy a recibirlo como un huésped. Sumérgete en esa energía que desarrollas con tu dolor. En cuanto aceptas el dolor, deja de ser dolor y se convierte en una cualidad nueva para tu vida, aunque tardes días en digerirlo. Asume tu propio dolor; bebe tu propio cáliz... El dolor puede convertirse en éxtasis[3].



No te angusties; no te desanimes.
La aparente ineficacia de la oración; la aparente falta de resultados pueden provocar tu angustia y desánimo. Tú quieres ver algo; quieres sentir algo. Pero, no ves ni sientes nada[4]. Ábrete a Dios, dentro de tu despertar interior. No te despiertas a la nada sino a una presencia que, aunque difusa, no es un fantasma sino el ‘Espíritu de tu Padre’ de arriba y de todas partes. En esa presencia es fácil despojarse de todo, incluso de la angustia que genera el ‘aferrarlo todo’. Ten en cuenta que ‘... aprendemos a base de soltarnos y dejarnos ir, no a base de añadirnos cosa alguna’[5]. La sociedad consumista -incluso de experiencias- no entiende semejante pobreza y despojo. Pero, entenderlo y asumirlo es condición necesaria para ‘caminar’. Y no desanimes que, hasta en tu ausencia, Dios está presente. Sólo que tienes que ‘abrir los ojos’…Y descansar…

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.




[1] TEOFANO EL RECLUSO, Arte de la oración,  p. 165.
[2] ANSELM MOYNIHAM, Siempre presencia de Dios, Madrid, Rialp, 1970, p. 21s.
[3] OSHO, Meditación, La primera y última libertad, Madrid, Gaia, 1995, p.111.
[4] San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo II,15, 2.5.
[5] MARILYN FERGUSON, La conspiración de Acuario, Bs.As., Kairós, 1990, 4ª edic., p. 109.

sábado, 15 de junio de 2013

Aproximación a la interioridad (I)

Andaba yo como el Eunuco de Candaces, reina de Etiopía, que lo cuenta la Biblia, dando vueltas, haciéndole preguntas a un texto leído recientemente: ‘Entra dentro de ti, donde Dios te espera’. No entendía  ese ‘dentro’ que sólo por referencia a ‘fuera’ podía atisbar. Y nadie me lo explicaba. ¡Eso sí! Una anécdota hoy recurrente, con el mismo mensaje, aunque suavizado por el tiempo y a punto de ser insignificante, me despertó. ‘En un principio todos éramos dioses. Pero dentro de una jerarquía había dioses mayores y dioses menores. Y los hombres, dioses menores, pecamos y el Dios grande consultó con los dioses intermedios para aconsejarse sobre dónde tenía que esconder el gran poder que los hombres tenían y del que, por su pecado, les iba desposeer. Le dijeron que lo escondiera arriba, arriba, bien arriba… Y Dios grande dijo que no, ya que los hombres con el tiempo subirían y lo encontrarían. Le dijeron que abajo, bien abajo. Y tampoco lo creyó oportuno porque los hombres bajarían y lo encontrarían. Ante el silencio de los dioses consejeros, Dios grande dijo: ‘Ya sé dónde lo voy a esconder. Lo esconderé dentro de cada uno, porque ahí no se les va a ocurrir ni mirar’.

Y un día volvió a surgir como una enfermedad mal curada. Un día en que algo desorientado en el plano de un gran edificio oficial, llamé a la puerta de una oficina alguien, desde dentro, dijo: - ¡Entre!

De repente y sin saber por qué, sentí que todo me daba vueltas. No entré; me había equivocado de puerta y, como avergonzado, me retiré calladamente mientras oída más lejos y algo destemplada ya, la misma ‘invitación: ¡Entre! ¡La puerta está abierta…!’ Las últimas palabras sólo las adiviné… Como quien entiende todo al revés o desde un sorprendente descondicionamiento, ‘entre’ era una invitación más honda, más seria, menos ligada a puertas oficiales o a sencillos departamentos donde la gente vive. Sentí que era una invitación-venida de la nada, en apariencia- a habitar mi propia casa donde en aquel momento ‘no vivía nadie’.

¿Era una gracia? ¿Era una autosugestión? De todos los modos me acordé de aquella afirmación del Zen: para quien está preparado el caer de un simple hoja, podía ser la ocasión para un ‘satori’ (‘éxtasis’).

¿Cómo entrar en la propia casa desocupada? Desde que todo lo reducimos a pesas y medidas; a cantidades y a ‘imagen’ de sí, el hombre ha roto amarras de su propio centro. ¿No será al revés? ¿Cómo puede una persona regenerarse? La persona no puede realizarse de verdad sin sensibilizarse a Dios. Y la sensibilidad hacia Dios tiene que ver primeramente con sensibilizarse a ‘uno mismo’. ‘Uno mismo’ no refiere una abstracción; se refiere a la propia interioridad y profundidad. Lo que nos determina a buscar la regeneración es la necesidad de ‘regresar’ a ‘casa’: a ese ‘centro que hemos perdido y que hemos sustituido insuficientemente, por la vida en superficie y de superficie hasta hacernos irrelevantes y vanos. Es la constatación de esa tragedia colectiva de la ‘ausencia’, y el reconocimiento de que en la medida en que [el hombre] se pierde a sí mismo, pierde también a Dios[1].

Regenerarse implica la humilde confesión de ‘estar ausentes’, sentir la ‘nostalgia’ del regreso hacia un ‘lugar sin lugar’, que es uno mismo. La responsabilidad de encontrar a Dios exige la otra responsabilidad, hasta cierto punto previa, de tener que encontrarse a sí mismo para poder encontrar a Dios

El hecho de que en ciertos hombres Dios esté callado, no prueba que Dios no exista, sino solamente que el hombre  se ha perdido a sí mismo y, en primer lugar, lo que hay en él de más profundo, de más íntimo, de más valioso. En la Presencia ignorada de Dios, Víctor E. Frankl habla de un inconsciente espiritual, una piedra en el zapato del hombre que, creyendo estar despierto, experimenta una carencia cuyo origen no verbaliza y que no puede explicarse. Al inconsciente espiritual le falta un ‘detalle’: la transcendencia…

Es necesaria una reforma del hombre para que vuelva a su tratar consigo mismo y pueda sentir de nuevo el toque, la llamada de Dios que cuando llama, quiere encontrarnos ‘en casa’. Regresar a casa supone una ‘transforma-ción’, o la recuperación de la conciencia, más allá de las formas. Éstas son únicamente circunstancias, que no definen nuestra identidad. El hombre no es una ‘circunstancia’ ni un satélite que orbita alrededor de lo que le ocurre. Él es la máxima ‘ocurrencia’; él es un acontecimiento ‘central’.

Su interioridad le define y lo realiza, dándole, paradójicamente, la conciencia de que no está completo sin  una referencia que le sale de la entraña misma: ‘Ser una relación de amor’. Ahí fracasa el psicólogo y sólo el místico puede realizar toda la verdad de una persona y la más perfecta interioridad.

En parte, asusta la idea de ‘interioridad’. También en parte, la identificamos con el modelo oscurantista de quien ‘se aleja’, ‘se encierra’, ‘se aísla’ en un ‘adentro indefinido’ o en un refugio contra el miedo. La interioridad quita el miedo, no permite la construcción de una personalidad neurótica, nos pone a la intemperie siendo lo que somos ‘de verdad’: es la verdad de uno mismo. La interioridad siempre es una manera de referirnos al ‘silencio que somos’; no a una forma de ausencia. Pero, el silencio, aun sólo como referencia, es otra cuestión, u otra cara de la cuestión. Pero, para podernos encontrar, antes hemos de pasar por la angustia de ‘sabernos perdidos’.

“En las tradiciones religiosas, la renovación es a menudo precedida de una percepción de que el hombre a ido demasiado lejos en ‘lo mundano’, en lo externo de la vida, y ha perdido el acceso a las fuerzas superiores dentro de sí. El ‘misticismo’ en sus formas conocidas aparece frecuentemente como una reacción contra ese excesivo volcarse hacia afuera de la mente y del corazón humanos.”[2].

La alienación que caracteriza a los hombres y mujeres de hoy es una situación de decadencia que la naturaleza misma no puede soportar de formar indefinida.

Después de tanta barbarie y alejamiento de Dios, una cierta lógica, pide la reacción de vuelta a los orígenes. Desde el punto de vista evangélico significará el regreso del hijo pródigo y, desde el metafórico, es la vuelta a nuestras raíces: "El valor del árbol en invierno no radica en sus hojas o en sus flores, sino en su función de laboratorio silencioso; en su retirada dentro de sí. Nuestra silenciosa evolución actual es también una retirada o interiorización en la que abandonamos nuestras inquietudes externas para dirigirlas a las de nuestras raíces".


Es, de alguna manera, regresar a nuestra invisibilidad, esa bella expresión y realidad de la que san Pedro habla: ‘… el hombre escondido del corazón’. Hoy no resulta fácil en nuestra cultura de la exterioridad y en la ligereza con que tratamos hasta la palabra profundidad.

"Vivimos en una edad preocupada por las cuestiones sociales, y que lanza un desafío para que los católicos justifiquen su fe a partir de los éxitos que obtengan al tratar de solucionar, concretamente, estos problemas [los problemas sociales]. [... pero] la necesidad más urgente es que los hombres sean conscientes de Dios"[3].

Al terminar esta sencilla referencia de mi pensamiento, siempre fragmentario, todavía me resuena la voz que desde ‘dentro’ me decía: ‘Entre’… Y me da vergüenza el haberme avergonzado…




[1] JASPERS, citado por J. LOTZ, Psicología del ateísmo, Madrid, 1967, p. 46.
[2] J. Needleman, El cristianismo olvidado, Edit. Estaciones, Argentina 1992, 245.
[3] ANSELM MOYNIHAM, Siempre presencia de Dios, p. 17s.

sábado, 8 de junio de 2013

La oscuridad, escenario de nuestra presencia


Un poeta, buscando la respuesta a ¿qué es la poesía?, escribió: Pero la noche existe/y la palabra lo sabe. Juan de la Cruz, otro poeta, entra en esa noche, no para saberla en palabras, sino para despojarla: ‘Entreme donde no supe’. Para vivir la noche como un acontecimiento único: ‘en una noche oscura/salí sin ser notada/estando ya mi casa sosegada…

La noche es el gran suceso ‘iniciatorio’[1], cuando no se la desvirtúa y se respeta su silencio y el ‘contacto’, callado o ‘presentido’, con realidades que nos rondan. Y cuando la noche es metáfora-en una noche oscura-, se convierte en nuestros místicos en la noche de Dios, siguiendo el sublime prototipo de la Sabiduría 18, 14: ‘Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera…’. No se ve, no porque lo impidan las tinieblas, sino porque nuestros ojos son inadecuados para ¡tanta luz, que ciega!  Hacer de la oscuridad otra forma de luz es lo que nos pide la carta a los Hebreos: ‘crean como si vieran’ (Hb 11,27 ). Es maravilloso saber que ‘donde muere el razonamiento, nace el acontecimiento’. Estar presentes en esa presencia oscura es nuestro destino y el ámbito de nuestra seguridad ya que la oscuridad de Dios es más clara que lo más claro de los hombres. La fe, varilla palpadora del ciego, al pasar, va ‘tanteando’ la oscuridad y el paisaje que esconde; investiga el espacio.

La dimensión ‘profunda’ de todo es Dios. Y ‘en todo’ abre caminos que invitan a la inmersión en su misterio: ‘venid y lo veréis’. Y, cuando la persona de fe atraviesa el espejo-como la Alicia narrada en el cuento- también se esconde, justo cuando asiente con lo del ‘otro lado’ del espejo. Lo certifica Pablo (Col 3,3: kékryptai ). La persona de fe se esconde, incluso a su propia mirada.

Un iceberg es toda persona que sale de la profundidad de Dios. Sus raíces son la insondable soledad de Dios y la recóndita soledad de sí mismo. Y, cuando ambos se encuentran nace ese misteriosamente bello acontecimiento, que es ‘orar’, ‘donde nadie parecía’. La fe y el ahora se refieren mutuamente. Y rompen las distancias. ¿Acaso también las referencias? ¿O acaso todo es referencia? Meister Eckhard (dominico, 1260-1327) preguntado: -‘Maestro, ¿Cuándo muera a dónde irá?’ –‘A ninguna parte’-respondió. Respuesta equívoca válida para un ateo, que afirma que ‘Dios no existe…’. Y digna de un místico que afirma que ‘Dios está en todas partes’.

Y, dentro de ese silencio, parte fundamental de la vida interior, es preciso aprender a vivir dejándose educar en el lenguaje silencioso de Dios, sin ruido de palabras. La ‘receta’ es estar muy quieto por dentro’. El orante hace de esa escucha, aparentemente  inútil, un ejercicio permanente de subsistencia (Ha 2,4; Rm 1,17).

Uno de trapenses y no es chiste. “Lo digo de verdad-replicó el prior muy serio- La parte física de nuestra vida no es la más dura. La gente nos ve trabajar como esclavos oye decir que durante la mayor parte del año observamos el ayuno negro, que nunca nos levantamos después de las dos de la mañana y con todo eso se quedan espantados. Pero esa no es la parte difícil de la vida trapense. Eso no es nada comparado con la permanente disciplina  de alma que se nos exige. Cuando el cuerpo, los sentidos y el alma de un hombre están abrumados, fatigados mortalmente cuando día tras día camina a la luz de la fe, que a veces se debilita hasta oscurecerse, entonces es cuando el trapense encuentra difícil su vocación. Entonces tiene que ponerse a la altura de su máxima virilidad cristiana y caminar adelante a través de la oscuridad que se cierra sobre él. Tiene que seguir adelante sin temor ni vacilación, sin contar siquiera con la luz de una estrella que le guíe. Ese es el verdadero desafío de la vida trapense: la exigencia de una fe ardiente”[2].

La dificultad de la fe no es aceptar ‘verdades abstractas’; es, ante todo, saber permanecer conectados con una presencia que no se ve ni se oye pero que nos afecta. Vienen bien los versos:

                        "¡Lo viste!
                         - Sí, ¡lo veo!
                        ¡Me pusiste el vendaje
  de la fe, con tu prisa, bien mal puesto![3].

Y es que la fe no es ceguera; es otra manera de ver y el ámbito de nuestra presencia: la silenciosa, la escondida.

La mayoría habla de: ‘La forma en que educamos’; otros proclaman: ‘Eduquemos de otro modo’, y otros, rompiendo la barrera del sonido, insinúan: ‘Eduquemos sin modos ni maneras’. No es la anarquía; es la educación para ‘tocar’, para ‘dejarse tocar’ por el misterio; para ‘ver’ sin modo ni manera-dice Juan de la Cruz.

Como compensación a nuestra posible frustración, aunque leve regalo, regalo un Haiku[4] japonés; es un poemita, que atrapa el ‘instante’. Y el instante es una contracultura.

Lástima que el envase, aún es cultura; pero, esperad a que el envase se quiebre y libere su verdad. ¡Será el instante! Esa formulación de la contracultura del ser  y estar frente al tener y hacer:

‘Una gotera.
Suena el trueno en la casa;
arde una vela’.

Si uno pudiese repetir lo de una mística de la calle, que escribió en su diario lo que le habían dicho que dijera:

“Me gusta que sepas reconocerme
y decir con los ojos vendados: ¡es El!”.
(Gabriela Bossis)


Nicolás de Ma. Caballero, cmf.




[1] En las culturas religiosas, iniciatorio, iniciación, iniciático, no tiene solamente el sentido de ‘comenzar’, de ‘empezar’ algo, sino, sobre todo de ‘comenzar a tocar como de cerca, el misterio’.
[2] M. Raymon, Incienso quemado, Studium, Madrid, 1959, 120.
[3] Juan Ramón Jiménez.
[4] Composición poética japonesa de diecisiete sílabas consistente en tres unidades métricas de 5 - 7 - 5 sílabas.