sábado, 26 de octubre de 2013

Oración: reflexiones previas

La oración tiene que ser fácil porque es una necesidad, la primera necesidad de toda persona. Pero, de hecho, resulta difícil. Sin oración es imposible la vida cristiana; disminuye la eficacia eclesial y la capacidad para esa terapia fundamental, que cada uno necesita. Hoy no es fácil orar porque interfieren situaciones personales y ambientales, muy destacadas y fuertes, que dificultan la oración honda y sencilla. La gran circunstancia personal es la superficialidad de nuestra conciencia, dispersa y atraída de mil modos por la vida actual. Y sin profundidad de la conciencia, que vertebra cualquier proyecto humano, la persona se incapacita para ese maravilloso intercambio de amor, que sigue ‘encarnándose’ en cada persona amistosa. El orante tiene que ‘entrar dentro de sí’, donde Dios se encuentra y nos espera. Esta es la invitación del Vaticano II (GS 14). Y esa es precisamente la gran dificultad del orante, no bien educado para la oración: ignora qué es ese ‘dentro’; no sabe cómo ‘se entra’, y carece de motivación suficiente que justifique la ‘entrada’ en un ámbito, aparentemente ‘indefinido y vaporoso’, que llamamos ‘yo mismo’.
Además, la oración como un creciente proceso de ‘encarnación de Dios en el hombre, encuentra todas las dificultades que le presenta una ‘carne’, una ‘persona debilitada’ por sus propias conflictos y por sus excesivas estructuras, emocionales, metodológicas y racionales. Interfiere la ansiedad, hoy frecuente, y expresión mayor o menor de falta de paz de la mente, no bien regulada ni relacionada con la fuente original de la paz cristiana. Interfiere, de manera casi definitiva, la alteración de nuestro cuerpo deformado por sus propias tensiones; fatigado por una mente negativa; con dificultades para crear esa elemental capacidad de ‘estar’, y de ‘estar’ en la presencia de Dios. El excesivo empeño por ‘hacer’, incluso oración, diluye las posibilidades de recuperar la necesaria descondición del orante profundo: estar ‘disponible’, ‘desocupado’; saber estar ‘sin eficacia’, dice Juan de la Cruz. Mi propósito, siempre humilde por mis ‘imposibilidades’ y por la naturaleza misma de la oración, es facilitar los procesos que, entendidos y realizados, puedan ayudarnos a ser orantes sencillos y profundos, con la gracia de Dios y con la inteligente aportación de la persona.

Todo es gracia, al mismo tiempo que presencia humana, inteligente, graciosamente combinadas. Dios dijo a una persona ‘santa’: ‘ Yo acudí, pero tú no estabas’. Nosotros decimos. ‘No estás en lo que estás’.
Nicolás de Ma. Caballero, cmf. - Viernes 30 de Septiembre del 2005

domingo, 20 de octubre de 2013

LA ORACIÓN, CAMINO DE AMOR… (II)


9. Tiene que quedar muy claro que los caminos de Dios pasan por el camino del hombre, sin que Dios pueda ser atrapado por el hombre. Éste tendrá que

      a)       Dejar de estar fuera de sí, para entrar dentro de sí; pasar de la ausencia a la presencia; de la distracción a la atención.

      b)      Pasar de la cabeza al corazón; de la abstracción e intelectualización de Dios, a un Dios presente, vivo, cercano y amoroso.

Existe una gran diferencia en tratar a Dios como una bella IDEA medio abstracta, aunque pueda ser correcta doctrinalmente; incluso, brillante, teológicamente, y el tratar a Cristo Jesús como UN SER QUE VIVE, que se identifica conmigo, que se me ‘manifiesta’ (Jn 14, 21; 16, 14), que me habla, que me mira, que me oye, que me está salvando…

10. Existen serias dificultades para ser pobres

      a)      creerse rico, que sabe dirigirse a sí mismo en camino tan delicado.

“… andas diciendo que eres rico, que tienes muchas riquezas y que nada te falta. ¡Infeliz de ti! ¿No sabes que eres miserable, pobre, ciego y desnudo? Si quieres hacerte rico, te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego, vestidos blancos con que cubrir la vergüenza de tu desnudez y colirio para que unjas tus ojos y puedas ver” (Ap 3, 17-18).

      b)      las tensiones de todo tipo.

La tensión, la ausencia, la incomodidad dentro de nuestro cuerpo, nos hacen sentirnos mal; dificultan la experiencia de la presencia de Dios e impiden la oración profunda.

      c)       las pretensiones: estar deseando, buscando, empujando las puertas y no vivir abandonado.

      d)      las interpretaciones: las ideas que uno tiene, que no revisa.

Hay que enseñar progresivamente a dejar de pensar, poco a poco, con el tiempo.

      e)      los apegos de todo tipo que nos corroen; que hacen que nos agarremos a todo lo que nos puede dar seguridad. así se mata el abandono, esencial para orar y crecer.

      f)       la ausencia, vivir distraído.

      g)      las palabras, con las que frecuentemente nos emborrachamos.

Las palabras que, frecuentemente, ordinariamente, nos hipnotizan, nos adormecen, en realidad sólo son señales de camino. Son buenas para orientar, pero no son el final que buscamos.

No son la realidad, sólo la representan. Por eso también hay que capacitarse para ir más allá de las palabras. Las palabras no son el acontecimiento; no son la cosa.

“El ‘la realidad, el acontecimiento siempre más allá de las palabras; está en el silencio”.
“La última palabra, siempre es el silencio”.

Si contemplo una rosa no veo por ninguna parte la palabra rosa.



La rosa está más allá de la palabra ‘rosa’. Está en el silencio, en ‘su’ silencio’. Para poderla ver en realidad tengo que entrar en su silencio. Sólo entonces comprenderá la rosa, sin palabras[1].

11. Hay que ir asumiendo el reto de pasar de las palabras a la Palabra, que es Cristo Jesús; de las palabras al Acontecimiento del Hijo de Dios. La oración nos sumerge en la entraña de su vida de Hijo. La oración es una esencial perfección cristiana que participa de la gloria del Hijo, pero también del anonadamiento de su vida terrestre.

Y es lástima ver que muchas personas tienen capacidad para alta oración, si se las sabe conducir, y que, por falta de orientación se quedan en ‘bajos modos de trato con Dios’, como escribe Juan de la Cruz.

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.




[1] N. CABALLERO, Carpeta: Control mental y liberación interior.
                               Cinta 4: A. Mirando al mundo exterior desde el silencio.
                                               B. La observación silenciosa de la propia mente.
Es una cinta de prácticas para aprender a mirar en silencio, sin la barrera de las palabras. Publicaciones Claretianas, Madrid.

domingo, 6 de octubre de 2013

LA ORACIÓN, CAMINO DE AMOR… (I)

Desgraciadamente, la formación en la oración es, ordinariamente una formación para un método. La verdadera formación, sin descartar la oportunidad de un método, en un momento determinado, debe ser formación para un ‘camino’: camino de amor.

1.       La oración no es un fragmento del día ni de la semana.

2.       Es un eje que lo centra todo.

3.       La oración se justifica a sí misma. Tiene razón de ser por sí misma, independientemente de lo que obtenga. Dios tiene derecho a mirarme, como hijo de sus complacencias y el orante ha de aprender a ‘estar dejándose mirar’. Es la actitud oracional básica, con sentido propio, que debe aquietar cualquier pretensión del orante.

4.       La oración no es una técnica de aquietameniento: el orante se aquieta del todo, no cuando practica unas técnicas de centramiento o de resolución de tensiones, sino cuando se abandona del todo en manos de Dios.

5.       La paz mental, y aun corporal es, en última instancia, el resultado de una actitud cristiana, esencialmente cristiana: dejarse en manos de Dios.

6.       La oración no se confunde con un método. Un método, por bonito que sea, es, simplemente, una manera de proceder, una manera de caminar, pero no es el camino. Y la oración es un camino que exige ir renunciando progresivamente a los métodos, a los modos personales de proceder, de orar. Esto pocos lo entienden. Y así no progresan. La oración es un camino que hay que


a.      descubrir
b.      seguir, a pesar de todas las vicisitudes y alternancias
c.       a pesar de los cambios de humor
d.      a pesar de las dudas, que habrá que aclarar
e.       a pesar de no ver nada ni sentir nada

7.       La oración es un camino

a.       de pobreza pogresiva
b.      de inmersión en el Silencio de Dios
Muchos se quedan en sus silencios personales, siempre frágiles, aunque pueden ser bellos e, inicialmente, una buena pedagogía.

8.       La oración, dentro de esa pobreza progresiva, exige la respuesta a unos retos fundamentales:

a.       Pasar de mi modo de orar a lo que no tiene modo, de ser el protagonista que conduce una metodología, a ser un creyente abandonado y fiado de los caminos ‘oscuros’ del Amor de Dios. Suele ser mala señal decir: ‘yo ya tengo mi oración’. Es ordinariamente indicio de un estancamiento, de una fijación, que niega, de hecho, la posibilidad del camino.

b.      Dejar de estar buscando experiencia[1], y desde la fe, buscar el ‘contacto’: vivirse unido a Dios, aunque no se experimente nada.

c.       Ir pasando de la superficie al fondo.


Nicolás de Ma. Caballero, cmf.



[1]  K. –H WEGER. ¿Es posible la experiencia de Dios?, en Selecciones de teología, 127 (julio-septiembre 1993) 165-184.