domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Orar con método o sin método?


Muchos se regocijan con métodos variados y coloristas de oración; hasta ‘cincuenta modos de orar’. Está bien, pero no es lo mejor.

Orar, enseñar a orar no es cuestión de método sino de una actitud sencilla, limpia, honda del alma, de la mente, del corazón, del cuerpo y cerebro. El método no se puede ahondar, ni permite la oración profunda; sí, las condiciones personales que nos abren al misterio del Amor de Dios.

Estas condiciones personales, son más bien, ‘descondiciones'. La oración profunda es más fruto de una desinstalación de la personalidad que de una eficacia calculada y estética que nos afirma.


El orante tiene que irse liberando de lo que impide abrir caminos al Amor: los apegos, las aversiones, la ansiedad, la falta de abandono en Dios. La verdadera ‘metodología’ de la oración es una terapia del alma, de la mente y del corazón. Es la forma en que podemos entender la aproximación a la fuente cristiana donde nuestros cansancios y agobios encuentran solución (Mt 11,28; 9,36: ‘Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor’). El silencio es el modelo humano más representativo de los caminos profundos de la oración. Y muchos no progresan en la oración porque no quieren o no entienden cómo entrar, progresar y dejar que culmine un proceso de silencio y de perfección del alma y de la conciencia, en Dios. 

Quien quiera progresar, tiene que salir de ‘sus modos’ de proceder para entrar en los caminos de Dios, a los que cuando son profundos, Juan de la Cruz, los llama: ‘la tierra sin caminos’. El progreso real y definitivo no será nunca cuestión de método ni de metodología, sino de silencio, desapego, pureza de corazón. Así el orante se abre a Dios y, al darse a sí mismo, crea las condiciones reales para el don de Dios, que es don de sí mismo. Al estar así en presencia de Dios, ‘toda la persona’ orienta su mirada silenciosa, sin método, conducida por la necesidad del amor que clama, con Juan de la Cruz: ‘descubre tu presencia/ y máteme tu vista y hermosura/; mira que la dolencia de amor,/ que no se cura/ sino con la presencia y la figura’.

Enseñar a orar no es tanto cuestión de metodología, cuanto de enseñar a simplificar la mirada y la presencia de ‘andaderas’ para ir a Dios. Pero al principio éstas son necesarias para sostener la conciencia superficial y multiplicada del hombre y de la mujer modernos. ‘Enseñar a orar es enseñar a simplificar’. ¡Y no es fácil para todos el simplificar!, aunque es una urgente necesidad… Enseñar a orar es, en gran parte, enseñar a simplificar. ¡Ser sencillo puede resultar complicado! Triste paradoja.
NICOLÁS DE MA. CABALLERO, CMF
Miércoles 16 de Noviembre del 2005

sábado, 16 de noviembre de 2013

Parábola de la gitana


Parecía joven, vestida de arriba abajo con un pañolón oscuro, que ceñía y delineaba su cabeza. Al caerle en punta por detrás, continuaba la curva de la espalda, apoyada contra la pared. Estaba sentada cerca de una tienda de productos cosméticos, en la Puerta del Sol de Madrid. Era una ausencia calculada, mientras la gente iba y venía. Sin saber apreciar la belleza de aquella postura.Sumergida, en cuclillas; su cabeza, levemente inclinada, casi tocaba sus rodillas. En la mano derecha delgada y alargada, quemada por los mil soles invisibles, compañeros de la raza gitana, sostenía un vaso de plástico, verde claro. Lo sostenía desde el fondo, con levedad y gracia. La mano y el vaso apoyados, dejados, sobre una de las rodillas levantadas. Pedía limosna.El gesto bien diseñado suplía las palabras. Era una metáfora del pobre que pide; mejor, de la pobreza que se muestra, sin la desmesura desgarrada del exhibicionismo, y con la sencillez del gesto silencioso. El vaso verde, prominente y sostenido con levedad, componía una situación y una actitud salida de las raíces del alma, mansamente, sin ira. Era una intimidad a la intemperie.La miré por última vez, antes de parecer indiscreto. Me pareció la lámpara vieja de una casa señorial, donde una joven de bronce oscuro, sostiene en la cuenca de la mano, una lámpara encendida. Aquí era un vaso, pero ¿no era lo mismo? ¡Bella imagen del orante!: ‘ante Dios, con un vaso vacío…’ ¡Mejor!, ‘ante Dios, como un vaso vacío’, ¡que así han descrito los santos al orante! Me acordé de aquellas palabras de la Sabiduría bíblica que, canta la bienaventuranza de quien sabe estar pacientemente esperando; y me salieron unos versos:

Sentado a la puerta de Sabiduría, 
paciente hay un pobre, 
que no sabe nada, 
que espera en silencio, 
que alguien, un día,la puerta le abra.

Así me gustaría pensar al orante de profesión, sentado en un sueño despierto, con la mano abierta al Amor de Dios, y a la intemperie, ajeno a los ruidos del entorno y caída dentro de sí mismo, entre el sueño-despierto, la presencia difusa y el gesto claro, como un vaso que culmina todo un modo de estar y de ser ante Dios.

NICOLÁS DE MA. CABALLERO, CMF
Miércoles 02 de Noviembre del 2005 

martes, 12 de noviembre de 2013

Unge, María, mi mente


Unge, María, mi mente
con la fe de tu mirada
y dale a mi ser la paz
de tu todo y de mi nada,
y deja que en la corriente
del Amor, todo me vaya,
que entonces, al fin sabré,
que por fin llegué a mi casa.

Nicolás Caballero, cmf,
Una cabaña en el bosque

sábado, 9 de noviembre de 2013

Aprender a orar, ¡el más bello regalo!

Aprender a orar es el regalo más bello que uno puede hacerse a sí mismo en esta vida; es la ‘máxima fuente de dignidad humana’ (Gaudium et Spes 19). Aprender a orar, dentro del ejercicio básico, primordial, de nuestra fe y caridad, requiere la armonización de todo nuestro ser. Y, en esa creciente armonía, fruto del esfuerzo inteligente y de la gracia amorosa del Espíritu, al orante se le revela el pensamiento del Padre: Cristo Jesús (Jn 14,23). Aprender a orar no es tanto aprender una metodología cuanto aprender el arte de la inmersión en nuestra naturaleza profunda, ya cristiana, donde Dios nos espera (GS 14). Orar y enseñar a orar requieren una intención seria y una atención permanente. Dedicado a este ministerio de Iglesia, y consciente de todo tipo de limitaciones, me consuela y conforta sentir con santa Teresa: “Si las que os trataren quisieren comprender vuestra lengua, ya que no es vuestro de enseñar, podéis decir las riquezas que se ganan en deprenderla [sic]; y de esto no os canséis, sino con piadad [sic] y amor y oración -porque les aproveche- para que entendiendo la gran ganancia, vayan a buscar maestro que les enseñe; que no sería poca merced que os hiciese el Señor despertar algún alma para este bien” ( SANTA TERESA, Camino de perfección 34 (20), 4 (6)).Hazte un regalo: ora. Conviértete a la oración. Trata de aproximarte a un modelo sin igual de oración, Jesús.
“Llegada la noche, subió Jesús a un monte apartado, para orar, y estaba allí solo” (Mt 14,23).

Tú, seas quien seas, puedes ser un orante de profundidad. Basta vivir en amistad con Dios, en su gracia, y aprender a simplificar tu mirada y a abrir tu corazón al Amor del Padre.Simplificar la mirada significa desocuparla de tantos contenidos mentales, imaginativos, y excesos verbales; desalojar de nuestra atención tantas palabras innecesarias, tantas referencias, alusiones, relaciones que encontramos entre ideas, palabras, imágenes… Y aprender a quedarse solo, en esa ‘soledad’ sin ‘lugar’, sin palabra’, ‘sin arrimo’, ‘como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora’. ‘Simplifica tu mirada’. ‘Abre tu corazón de pobre’.Jesús no enseñó métodos de oración; enseñó la actitud sencilla y confiada de quien, estando con su Padre, hable o calla; llora o ríe; pide o se deja a su providencia amorosa. De esta manera se va reconstruyendo una honda y precisa manera de ser adulto, por la oración: por la progresiva manera de simplificar la mirada, la advertencia, la atención, y por la apertura del corazón. Orar, y orar de esta manera, es la gran oportunidad que se te ha dado para aprender, antes de morir, a iniciar y ahondar tu amistad con Dios, antes de que te encuentres ‘cara cara’ con El y puedas reconocer al Padre escondido, al que hablabas en la ‘oscuridad’.

NICOLÁS DE MA. CABALLERO, CMF. - Miércoles 19 de Octubre del 2005 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Necesitas orar


Pablo VI, que habló de la oración con una notoria sabiduría, dijo: ‘ El mundo moderno tiene necesidad de aprender de nuevo a orar’. Parece que existe la ‘necesidad de retornar a la oración personal’.Frecuentemente, no obstante, ese deseo no representa más que la nostalgia de quien, ‘hecho para Dios’, al final, aburrido, no madurado, se cansa de girar alrededor de sí mismo. Muchos, por otra parte, cuando, ‘dan forma’ a su oración, no superan los modos iniciales, y las formas de los principiantes, en las que fácilmente quedan estancados de por vida.No acabamos de hacer un tratamiento adecuado de nuestra nostalgia ni de nuestro anhelo profundo de Dios. Lo afirmaba Juan de la Cruz cuando escribía:

“Nunca acaban de dar en substancia y pureza de bien espiritual, ni van por tan derecho camino y breve como podría ir”( SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo II, 6,7).Y esto ocurre, frecuentísimamente, hasta en personas que llevan una ‘vida regular’ de oración. Pero no progresan, que es como no progresar en el amor. Y nadie les enseña a desprenderse de los ‘rudimentos’ (Juan de la Cruz), ni les abre el camino y la comprensión suficiente para entender la naturaleza profunda de la oración y las actitudes esenciales para ser orante. Por otra parte en muchos existen grandes carencias básicas, que imposibilitan la oración:

- Les falta fe- No tienen hambre de Dios, han perdido la ‘sensibilidad de Dios’. es el escándalo de la ‘insensibilidad de Dios’ del ateísmo práctico de quien no siente que necesite a Dios para vivir.

- En el fondo no quieren cambiar; no aceptan una necesaria desestructuración y ‘pobreza’ que simplifique todo.

- No aceptan una disciplina. Todos van a su aire, inventando los caminos y hasta las condiciones de la misma oración.

- Falta de constancia, de perseverancia, de fidelidad; se cansan y cambian y cambian. Sólo les impulsa la novedad, la notoriedad, la emoción del momento, pero no ‘la verdad’ ni la ‘voluntad’.

Se trata de volver a encontrar el modo de ser y de sentirse hijo, y de hablar cara a cara con nuestro Padre Dios (Ex 33,11), como Jesús (Mc 1, 35), y en Jesús, en quien únicamente (Hc 4,12), tenemos acceso al Padre.

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.