sábado, 20 de julio de 2013

Algo sobre la meditación II

‘El poder espiritual de todo santo y sabio es sentido por sus contemporáneos de modo sumamente vívido y directo. Con el paso del tiempo lo que era una revelación se convierte tan solo en un dogma muerto. Y cuando la gente canoniza al santo y le construye templos, lo en­cierran en sus estrechas paredes, en las cuales su espíritu es sofocado y deja de ser una fuerza vivificante e inspira­dora. Los seguidores de sucesivas generaciones disputan acerca de todas y cada una de las palabras atribuidas al maestro. Compiten por «la autenticidad de los textos». Hacen de todo menos la única cosa importante enseñada por aquel gran ser, a saber: 'Volverse semejantes a Él’ (Mouni Sadhu).

Creo que ni siquiera representa un ideal  el tratar de volverse semejantes a él. Sólo es una idea, una formulación, una de tantos enunciados solemnes, tal vez, pero que, cuando aplicamos a ellas nuestro oído y las golpeamos con los nudillos para medir su densidad, suenan a ‘hueco’. Y es que, en el fondo, muchas personas de hoy no tienen fe en los valores espirituales. Para ellas la mente humana lo es todo absolutamente. Y la mente es una perfecta taxidermista. Formas de esta momificación es que algunas [personas] se declaran escépticas,  agnósticas, otras, y algunas se vanaglorian de materialistas puras. La verdad es velada por nuestra propia ignorancia [la idolatría de las palabras]. Frecuentemente no llevamos lo suficientemente lejos nuestra búsqueda de la verdad. Habiendo ejercitado nuestro intelecto hasta un cierto límite, creemos que no hay esperanza de posterio­res descubrimientos o investigaciones. Esta actitud… es, desde el punto de vista oriental, estéril e incapaz de conducimos a lugar alguno más allá de especulaciones y conjeturas sobre la verdad (M. Hafiz Syed).

Podemos reparar ese vacío ineficaz por una recomendación de poderosa eficacia: ‘Tú, en cambio [aquí pongo la fuerza] cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto (Mt 6,6). En esta muerte de la ostentación ocurre una gran ‘des‑habilitación’ del cuerpo, de la mente que facilitan el descanso del alma. Ahí la meditación ocurre. En la penumbra de la propia habitación, con la puerta cerrada, en una calculada ausencia del corazón de lo que distrae y puesto en la paz de lo secreto, meditar, y más aún, orar, es reducir la persona a lo esencial.

Me encanta el título ‘La impalpable levedad del ser’ de Milán Kundera. Lo duro tiene que hacerse leve; el molde tiene que quebrarse como el vaso de alabastro. Y eso no puede ocurrir mientras uno trate de jugar un papel. ‘Jugar un papel’ siempre requiere espectadores o un espejo que nunca atraviesa el esclerotizado ni el narcisista. Sólo Alicia[1] y los santos... Por eso creo que un buen comienzo es: ‘Cerrar la puerta; ocultarse a presencias impertinentes y dejar que de la ‘oscuridad’ emerja la presencia que restaura, en la que cada uno puede construirse y, sencillamente ‘ser’..., y fluir dentro del silencio.

Aun sin ser, infelizmente, una experiencia personal, pienso con quien lo experimentó que ‘un poco de locura puede ser el comienzo de la cordura’.
  
Ahora mismo pienso en la inteligente formulación de un buscador que ‘miró’ a su maestro, al que yo solamente puedo admirar a través de escritos, reinventó el ámbito evangélico, a su modo, un día y en una circunstancia que cuenta: ‘Hay tanto silencio en mi habitación. El vigilante se ha retirado tras cumplir con su tarea: traerme agua para beber. También la muchacha sirviente ha desaparecido, usando las pocas horas libres de antes de la comida para su propio solaz… Eché el cerrojo de mi puerta y, sentado en una postura apropiada para la meditación, me sumergí con todos mis pensamientos, preocupaciones y sentimientos en el silencio, el dominio del verdadero Ser. Qué impresión tan extraña: la desaparición gradual del mundo exterior basta para traer la felicidad. Incluso si esta etapa preliminar no fuera seguida por grados superiores, constituiría en sí misma una especie de Paraí­so. Pero es sólo el patio exterior’ (Mouni Sadhu[2]).

La mente no está de acuerdo con esto; está inquieta. ¡Tantas cosas que hacer! ¡Esto es perder el tiempo! ¡El mundo es una urgencia permanente y esto es, en el mejor de los casos, un lujo para gente desocupada a la que le sobran horas! Ignoran que el ‘tiempo’ se fabrica aquí, en este aparente ‘no tiempo’ o en esta aparente y engañosa ‘pérdida de tiempo’. En este punto menciono a un autor, con el que simpatizo: Emmanuel Mounier. Lo traduzco con alguna libertad: ‘Retirarse es parte de nuestra conversión íntima’.

He leído cosas ‘divertidas’ que dicen algunos filósofos-hacedores de palabras-, para reflejar nuestra ausencia fundamental, ya ‘clásica’, por su dimensión en años… ‘El hombre-dice Mounier-  puede vivir como si fuera una cosa. Pero como él no es una cosa, y, por otra parte, la vida interior le parece una claudicación a la que no puede ceder, para evitar la  sensación de fracaso, habla [los filósofos de turno lo hacen] de ‘distracción’, ‘estadio estético’, ‘vida auténtica’, ‘alienación’ como de títulos para rotular la vida y su propósito fundamental… ¿Y, qué?-digo yo. ‘Una sociedad de sonámbulos satisfechos’ fue, en su momento, uno de mis libros. Hoy, volvería a escribirlo; modestamente, tal vez a reescribirlo.

La vida personal-dice Emmanuel- comienza con la capacidad de romper el contacto con el medio, con la capacidad de corregirse, de recuperarse con vistas a recogerse en un centro y unificarse. Aparentemente es un repliegue-en el que algunos, equivocadamente o mal aconsejados,  se pueden quedar-pero, cuando está bien conducido es un repliegue para ‘saltar’. Sobre esta experiencia vital del repliegue se ‘fundan los valores del silencio y del retiro’.

Este ejercicio de ‘repliegue y de meditación es la respuesta de la persona a su ‘infinito interior’. Es una contra-hipnosis, frente al hipnotismo que el mundo nos produce’ (Roy Masters). Meditar nos vuelve a casa. Vivimos de la ficción; se nos escapa la realidad. Y la hipnosis reina.

Me parece oportuno para finalizar una como anécdota de las que refieren los calendarios de hoja diaria. Al levantar una de ellas leo: ‘Un tren cruzaba a gran velocidad un valle rodeado de suaves colinas. Era el momento de la puesta del sol; el espectáculo impresionante. Las nubes se teñían de variados colores. Las masas de pinos se recortaban contra el cielo; las colinas adquirían matices violáceos; bandadas de pájaros cruzaban el cielo. Dentro del tren proyectaban una película. Todos los pasajeros la contemplaban hechizados. Sólo uno, vuelto hacia el cristal de la ventana, permanecía absorto viendo el paisaje…’.


Sé que es una mala descripción, aunque una buena lección para quien aún tenga capacidad de aprender algo ‘de verdad’ sobre su verdad; a no ser que prefiera ver los paisajes de la pantalla y olvide mirar por la ventanilla…



[1] Alusión al cuento de Lewis Carroll  (1832-1898).
[2] Discípulo del santo Ramana Maharshi (1879-1950). Sabio y santo indio, nacido en 1879 en Turukuli (en el distrito sur de Madurai) y muerto en 1950.

sábado, 13 de julio de 2013

Algo sobre la meditación I

Una insignificancia fue noticia, aunque sólo para mí. Ocurrió un día en que me invitaron a comer allá en el trópico africano. Los mosquitos volaban libres, confusos por doquier, marcando caminos, que se borraban al instante. Las frutas tropicales, variadas y exóticas para nosotros, estaban servidas en mesas improvisadas en el patio‑terraza de una elemental casita‑convento, donde los comensales podían tener el alivio del aire libre. Y al avivarse el encuentro de siete u ocho personas, en ese punto en que fácilmente se pierde algo de las ‘maneras de libro’, una religiosa me dijo-ella sabía a qué me dedicaba yo-: ‘Creo que orar es cosa de todo el día, no es necesario un momento determinado’-. Puedo aclarar que me dedico a eso: a ‘enseñar a orar’, con el permiso de Dios. Y fuera del contexto de los retiros soy siempre ‘informal’, ‘casual’, como dicen en inglés. Fuera de mi ‘contexto’, me derramo sólo por los mis ‘textos’, los de la vida cotidiana y, guardando mi secreto, vagabundeo por caminos y senderos triviales. La monja se quedó quieta unos momentos como congelada en la simpatía que la caracterizaba; esperaba mi reacción. Antes de poder decir yo algo, Manuel, un sacerdote negro, a mi lado, corroboró: ‘Eso, eso…’ Es decir estaba de acuerdo con lo dicho por la monja. Y, sin saberlo bien, ambos habían tocado una cuerda larga de mi arpa interna, repitiendo el sonido, el mismo, grave, profundo, largo. Y mi arpa dormida sonó.  - ‘Justamente, eso es lo que dicen todos los que no oran’-respondí, al tiempo que, con indiferencia calculada, me llevaba a la boca un plátano recién pelado -. Fui yo el sorprendido cuando aquella religiosa, simpática, impetuosa, sincera, no obstante- y buena hacedora de churros, con que a veces nos invitaba como para suavizar nuestra nostalgia-, con la misma llaneza y gozo de vivir con los que pasaba sus días, se corrigió: ‘A la verdad, yo no oro’. No le salieron los colores; los tenía siempre recién estrenados. El sacerdote africano, a mi lado,-el amistoso Manuel- identificado con la primera afirmación de la religiosa, no lo repitió.… y seguía comiendo en silencio, pegado al plato…A los de piel negra no les salen los colores; sólo, a veces, les brilla un poco más la tez en  la mejilla. Es su secreto.

De todos los modos, cada cual ora como puede, naturalmente; es su manera de relación personal con Dios. Pero, educar esa posibilidad, que es muy de nuestra responsabilidad también, y netamente humana, es la urgencia, de alguna manera previa, llamada meditación. Parte de la educación para orar es educar para ‘meditar’: para ‘entrar en sí’, para ‘ser uno mismo’. De ese modo podremos fundamentar nuestra sinceridad y nuestra franqueza (parresía, Ef 3,12, nuestro ‘atrevimiento’ de llamar a Dios Padre y de poder ‘gritarle’, si conviene: ‘A ti grito, Señor… ¡Qué maravilloso espectáculo el de un rostro enamorado mirando atrevidamente el rostro del amado’. Pablo lo aprueba (2 Corintios 3,18).

Aprender a meditar no es una habilidad; es más bien aprender a deshabilitar procesos aprendidos, estructurados, esclerotizados, endurecidos. Meditar es hoy un estereotipo. Su símbolo, logo o mascota, sería en occidente, tal vez, ‘El Pensador’ de A. Rodin. Parece ser el elogio a la reflexión.



Oriente crea otro estereotipo de meditación. Si lo tuviera que referir con otro bronce de Rodín, éste sería ‘El Beso’ (1886), aunque purificado y fundamentado en la Biblia: ‘¡Que me bese con los besos de su boca! (Ct 1, 2). Leído en el griego de los Setenta ‘filema’ es ¡beso!; y refiere una alta amistad con Dios. En este caso, meditar no es tanto ‘reflexionar’; es la realización de una amistad que nace en la mirada silenciosa, que se deja invadir, con los ojos cerrados...


lunes, 8 de julio de 2013

‘Escucha el silencio’

No es una broma verbal; tampoco un aforismo teológico. Es sencillamente la formulación de un modelo nuevo de estar con las cosas. Tal vez el modelo único. Desde la poesía, es captar el instante ‘al vivirlo’ y dejarlo donde está. Es como un Haiku, que capta simplemente lo que está sucediendo ‘ahora’ y ‘aquí’; es el momento sorprendido.

‘Hacer un haiku
es mirar callado
algo sin tiempo’.

Todo momento es silencio. Y meditar es la expresión de nuestro misterio personal. Escuchar el silencio es meditar; meditar-‘aprender a mirar en silencio’- facilita el ‘escuchar el Silencio, que es Dios’. Somos un haiku; algo que somos y que permanece sin tiempo, siendo nosotros mismos. Meditar es la capacidad de ‘ver eso’ sin entorpecimiento de palabras. Que la manera más fácil de entrar en estado medita­tivo es ponerse a escuchar.


Cierra los ojos y oye todos los ruidos en torno; escucha el bullicio o el murmullo general de todo, como si estuvieras escuchando música. Te podrá parecer estúpido, pero estás asistiendo a otra versión de las cosas y a otra manera de ‘estar presente’. No intentes identificar los ruidos, no les pongas nombre (…). Deja que te lleguen y deja que se vayan. No hay ruidos adecuados o inadecuados, ni tampoco importa si alguien estornuda o se le cae alguna cosa; todo es simplemente ruido o soni­do’[1].

‘Escuchar el silencio’ tiene la solemnidad de ser una ‘contracultura’; algo que rompe los moldes que nos aprisionan y que condicionan, incluso, nuestra manera de relacionarnos con Dios. Nuestra relación ruidosa con Dios-a nuestro modo-es desde el ‘hacer y tener’; desde la contracultura del silencio, es desde el ‘ser y estar’.

Cometer la aparente ‘estupidez’ de detenerse ante lo que nos llega, es cambiar los modelos de pensar y de sentir con que afrontamos la vida: ordinariamente desde la utilidad o desde la repercusión afectiva que nos produce; desde la ‘lógica’ del hacer y del tener. ¡Qué bien, aunque de forma mordaz, Mariano José de Larra decía que algunos ‘no saben existir’!

Hace tiempo que confundo, no la clásica ‘esencia o existencia’ sino la ‘presencia y la existencia’. Ordinariamente, se nos escapa nuestra propia presencia; se nos escapa que somos un ‘acontecimiento’ y una consistencia. Y mientras no nos identifiquemos como ‘acontecimiento’ se nos escapa el hecho, el acontecimiento que nos funda: ‘En Dios vivimos nos movemos y existimos’.

Y, aún más. Nuestro entrenamiento para una relación profunda-sólo con Dios-llega a ‘escuchar el silencio en silencio’. Y no es fácil. En el alarde y ostentación, al parecer, sólo  literario de ‘escuchar el silencio’, se afrontan las seguridades neuróticas de nuestra mente habladora que nos corren como sangre no oxigenada por los capilares de la mente, del cuerpo y hasta del alma.

Invitar a ‘escuchar el silencio’, es invitación a resolver el koan de cómo se oye el ruido de una sola mano que aplaude. Es ‘la extraña lógica’ oriental en el intento por quebrar la lógica de la mente superficial. Es comenzar a entender de otra manera-‘sin manera’-dicen los místicos- lo que se refiere el Silencio invasor de Dios.

‘Cerremos los ojos para escuchar y oiremos el silen­cio, y después los ruidos y sonidos que emergen de ese silencio’[2]. La excelencia de este proceder es un modelo válido y reconocido como un ejercicio ‘iniciático’: ‘iniciación a la experiencia del misterio’. No tiene la validez de lo útil, pero tiene la esencial realidad de ‘saber existir’. Y, cuando lo aplique a Dios, la gran validez de existir en Dios. ¡Es todo!

En la ‘nueva’ ‘lógica’ de esta relación también el cuerpo ‘es’. Ahora, por su cauce, corre todo el caudal de la mente. Al mirar en silencio, el nuevo cuerpo, ‘reconstruido’ por nuestra ‘afonía mental’, encontraremos la base primera para la paz mental.

Obsérvalo todo como un espectador distante, que deja pasar las nubes. Deja que atraviesen lentas o rápidas tu espacio corporal; es tu meteorología personal. ‘Contempla... la sensación de tu cuerpo, sin formula­ción. Déjala vivir y desplegarse con sus matices de calor, de frío, contracción, agita­ción’[3]. Es seductor el llegar a la meditación- a la conciencia silenciosa- contemplando el cuerpo, recorriéndo­lo... Se refuerza nuestro esquema corporal: la manera de vivir nuestro cuerpo, de vivirnos en él y de vivirnos desde él. Un milagro ocurrido en la cercanía de quien ‘se encuentra, con un equilibrio de que no dispone [ahora]’[4].

La 'mirada silenciosa-siempre pobre- es la eficaz aproximación a un tipo de conciencia equilibrada y más revolucionaria desde su quietud. Una constatación final significativa: ‘Si tomas tu cerebro como objeto de contemplación[5] [en este caso de tu mirada silenciosa], pronto lo sentirás de forma diferente. Ya no estará apretado, cargado, agobiado. Percibirás sus oscilaciones y un inmenso ensanchamiento, que tranquiliza. Nace un cuerpo ‘elaborado’ desde el silencio; otro cuerpo. Tu cabeza [tu mente, el fondo] dejará de tener un lugar privilegiado y sus ruidos dejarán de ser parte de tu agobio. Después de un tiempo ‘...oirás cómo, del ‘agujero’ del silencio’, nacen los sonidos, sin causa, sin origen[6]. Y, paradójicamente, podrás hablar con las cosas y con todo, sin palabras… No es poesía; es un modelo contemplativo; a tu alcance.  La mente silenciada, deja un espacio para la revelación, y si eres un creyente en Dios y en Jesús, estarás facilitando la revelación de una Presencia en la que la vida se resuelve y descansa.

Oír el silencio es una pedagogía de la escucha, al servicio de la fe, que nos permite ‘oír a Dios’. Es otra manera de explicar la petición del profeta: ‘Dame oído de discípulo’ (Is 50,4). ¡Y pensar que uno puede ensayar algo que se le parezca, oyendo en silencio los ruidos de fuera y los murmullos de propia mente! Esto no es para teólogos; es para mendigos que están en la calle y duermen a la intemperie. Y de puro sencillo, no se entiende…

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.



    [1] A. WATTS, Nueve meditaciones, p. 33.
    [2] A. WATTS, Nueve meditaciones, Barcelona, Kairós, 19812, p. 19.
    [3] JEAN KLEIN, La mirada inocente, p. 45s.
    [4] M. GUIRAO, Anatomía de la conciencia-Anatomía sofrológi­ca, p. 242.
    [5] De tu mirada atenta, no analítica, de tu 'mirada pobre', se entiende.
    [6] A. WATTS, Memorias, p. 257.