martes, 20 de julio de 2010

Sólo el silencio es iniciático (II)

Asistía a mi retiro un matrimonio. Tanto la mujer como el hombre estaban felices. La esposa estaba muy familiarizada con mi modo de conducir el camino interior y la oración; el marido veía por primera vez. En viaje de regreso a su hogar el marido le preguntó a su mujer: ‘¿has aprendido algo nuevo? Ella le respondió: ‘no es esa la cuestión; se trata de profundizar’...’. El marido estaba en un nivel de palabras, un nivel no iniciático. No era el caso de la esposa, me consta.

Muchas personas, saturadas de conocimientos (mázesis1) ‘adquiridos’, carecen del menor atisbo sapiencial sobre el misterio, de la realidad ‘misteriosa’, callada, que sólo se ‘desvela en el silencio de la conciencia2 y en la limpieza de corazón’ (Mt 5,8).

"... una persona religiosa no es alguien que busca conocimiento. Una persona que busca conocimiento puede ser un teólogo, un filósofo, pero no una persona religiosa. Una mente religiosa acepta lo que es fundamentalmente un misterio, fundamentalmente incognoscible, aceptando el éxtasis y la paz de la ignorancia"3.

Existen niveles de iniciación y niveles de explicación. Necesariamente no se suponen el uno al otro. Puede haber personas muy instruidas y aún no iniciadas; que lo saben todo, pero carecen de sabiduría y de aquellas condiciones elementales que hacen posible la presencia eficaz del misterio.

La iniciación no nace de explicaciones sino de ‘implicaciones’, de silencios; no nace de añadirse algo, sino de ‘despojos’ sucesivos’. ‘Iniciación’ implica silenciar la conciencia y corazón. Todo lo que facilita el silencio de la conciencia y del corazón permite la iniciación. Ésta es gradual y, por eso mismo, existen muchos niveles o grados de iniciación; tantos como silencios que permiten ‘callar’ (Mýo y Mystés aluden a misterio, a algo ‘callado’, no revelado).

Necesitamos comenzar a cambiar las ideas sobre las condiciones en las que la conciencia se realiza. La condición normal de la conciencia y del corazón es el silencio. Por desgracia, la circunstancia endémica, ‘frecuente, establecida como normalidad, es la superficialidad, la dispersión y el enjambre de ‘quereres’ (Subida I, 4,6; I,4,5; I,11,6).

El hombre ‘iniciado’ es renovado por la fuerza de un ‘contacto’ favorecido por la cercanía del silencio y por el despojo de la voluntad. Toda iniciación comporta el aprendizaje de una elemental ‘pobreza de alma y cuerpo’. Dios no tiene la oportunidad de ‘revelarse’ en la ‘estructura’ de una conciencia seriamente alterada por la superficialidad, la dispersión y la ausencia. Es necesario comenzar a darle unidad, hondura, estabilidad y orientación.

La iniciación es un proceso de ‘liberación de la conciencia’; de descondicionamiento de la conciencia; de limpieza de la mirada4.
En el ámbito de la vida cristiana, es preciso recuperar el concepto de ‘iniciación’, de ‘iniciático’, no solamente como la recepción de unos sacramentos llamados de ‘iniciación cristiana’ sino, sobre todo, es preciso entenderla y realizarla como ‘vivencia’ o ‘experiencia’, ‘mente de principiante’, no atiborrada de conceptos sino configurada por el silencio.

La iniciación, siendo fundamentalmente silencio, implica también capacidad de ‘aprender a desaprender’. Juan de la Cruz, en parte, al menos, lo incluye en lo que llama ‘olvido’, esa forma singular de ‘amnesia’, de ‘quedeme y olvideme’, de olvido de palabras y condicionamientos, para descansar en el Acontecimiento. Sobre todo se ha de pasar al no saber (‘Subida’ II. 4, 4).
“Al que se ha de ir uniendo a Dios, conviénele que crea su ser. [Y ha de] ser a oscuras de todo cuanto puede entrar por el ojo, y de todo lo que se puede recibir con el oído, y se puede imaginar con la fantasía, y comprehender con el corazón, que aquí significa el alma.
Un dirigente de grupos de meditación, con cierta desazón, afirma: ‘Cuando empecé a hacer reuniones en París en 1983, venían una multitud de hombres y mujeres que habían visitado ya no sé cuántas Enseñanzas. Vinieron, pues, también a la nuestra y, después de algún tiempo, cuando creyeron que habían aprendido todo lo que se podía enseñar, se fueron a otro lado... ¡a aprender aún algo más! Pero, ¿qué trabajo interior se puede hacer en estas condiciones? Volví a encontrarme con algunos de ellos unos años más tarde: habían continuado yendo a todas partes y a ninguna, y su rostro desolado mostraba que no habían hecho ningún progreso en el sentido de la verdadera espiritualidad. En los santuarios del pasado los Iniciados no sobrecargaban de conocimientos a sus discípulos. Simplemente les revelaban algunas verdades esenciales, y correspondía a los discípulos vivirlas e impregnarse de ellas. Los Maestros ponían en estas palabras todo su amor, toda su alma, todo su espíritu, y los discípulo las tomaban, las saboreaban, las absorbían; se alimentaban, más que de las palabras mismas, de la vida que había detrás de ellas. Mientras que ahora, sobre todo en Occidente, la gente no tiene esta sensibilidad que permite encontrar la vida que aportan las palabras, para alimentarse, reforzarse y transformarse gracias a esta vida. Toman apuntes fríamente, sin haber sentido ni vivido nada. Y entonces es un fracaso: toda esta vida que podía iluminarles, curarles, resucitarles, no la reciben, y se les escapa, se va hacia otros. Vuestra alma y vuestro espíritu son los que deben estar en primer lugar, no vuestro intelecto, y gracias, simplemente a unas palabras que han sido pronunciadas, podréis un día viajar por el espacio [interior y, sobre todo, por dentro de Dios]5.

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.

sábado, 8 de mayo de 2010

María, fórmame hoy.

María, fórmame hoy.

Dale a mi mente verdad,

bondad a mi corazón

y fuerza a mi voluntad.

Quiero seguir a Jesús

pisar contigo sus huellas

poniendo mis pies en ellas

en silencio, como tu.

María, forma mi ser

en la hondura de tu calma;

que aprenda a vivir tu fe

Sumergiéndome en tu ALMA.

martes, 16 de marzo de 2010

Sólo el silencio es iniciático (I)

Invita a recapacitar un proverbio antiguo: ‘Di tu secreto en las calles, que solamente entenderá quien esté preparado’. ‘Iniciación’ consiste en ‘manifestar’ sólo a ciertas personas algo que queda ‘oculto’ al resto porque no se les comunica; otras personas quedan al margen por falta de hondura interior; están ciegos: viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden (Mt 13,13). En parte es un aspecto de nuestra tragedia personal; de nuestra falta de desarrollo humano y espiritual. Entonces la ‘ignorancia’-siempre ligada a la ‘ausencia’ fijan dos palabras clásicas en el vocabulario de la anti‑realización personal. No obstante, en esa ‘establecida’ ignorancia, hay quienes fundan su pretensión de guiar a otros ciegos (Mt 15,14). Recuerdo lo de los fariseos, al entender, la referencia de Jesús: ¡No quiera Dios! (Lc 20,16). Y desde la sencilla referencia de un creyente, yo te pido: ‘Dame, Señor, tu sabiduría…’ (Sb 7,7).

Desde presupuestos de otras culturas, estamos recuperando el concepto de iniciación, que tiene que ver menos con ‘instrucción’ o ‘transmisión de ‘saberes’ ocultos, y más con ‘ingreso’ ‘entrada’. ‘Iniciación’ significa, sobre todo, ‘comenzar’; entrar en un ámbito de constatación, de vivencia o, tal vez, de experiencia del misterio, en nuestro caso de Dios. Tiene que experimentar la verdad de su cercanía: ‘Tú, Señor, estás cerca’, de lo contario el Dios del que hablemos será un Dios de ‘oídas’. Tiene que ser algo, siquiera, del ‘entreme donde no supe’ de Juan de la Cruz, por pequeño que sea, donde paradójicamente no se explica nada y, no obstante se entiende, sin entender cómo: frase paradójica, aunque certera, de santa Teresa.
En la iniciación, como gracia y experiencia de sencillez, a la vez, Algo nos toca la mirada, que es como tocar el alma. A partir de esa mirada el iniciado comienza a mirar todo con una nueva versión, que es cercanía’, compromiso, apertura. Pero, por eso mismo, la mirada puede ser progresivamente más silenciosa, pura y profunda, fundamentando diferentes momentos de iniciación y aun hacer de la iniciación un proceso nunca terminado. Es la ‘teología del ojo, de la vista, del ‘mirar’ (Lc 11, 34-36). Y todo está contenido en la mirada de Jesús (Mc 10,21) como modelo para nosotros de visión interior. En nuestra cultura hemos descubierto la ‘mirada’ sobre todo como una forma fundamental de ver, de enterarse; no tanto como capacidad real y eficaz de modificar una relación y menos, de construir una realidad. La mirada iniciática, nunca terminada, le da a Dios la oportunidad de ‘construirse’ en nosotros a partir de nuestros ‘ojos’, de nuestro ‘mirar’ (blepo).

La sola información no basta. Algo tiene que ayudar a ‘despertar’; a facilitar un corazón abierto y a preparar lo que clásicamente se llama ‘mente de discípulo; mente de ‘principiante’. En la condición de ‘discípulo, de ‘escucha’, de oyente, como dice Isaías, el misterio comienza a ser algo que nos afecta desde el nivel de silencio al que ha llegado. Entonces se es un iniciado (Is 50,4).

La iniciación real se basa no en explicaciones nuevas sino en ascensiones nuevas; o en profundizaciones nuevas. Sin éstas hablar más es inútil, incluso perjudicial. Las palabras no pueden sustituir a la realidad ni a la vivencia de la misma.

Condicionado, tal vez, un viajero, constatador de situaciones ‘espirituales’ cuenta:

“Cuando estuve en el Japón pasé unos días en un monasterio budista Zen. Lo que me extrañó de los monjes del monasterio, y de la mayoría de los monjes que encontré que practicaban Zen, era la inexpresividad de su cara después de la meditación: ninguna luz les iluminaba, ninguna vida les animaba e, incluso, los rasgos de algunos de ellos eran de una gran dureza. Desde luego no voy a pronunciarme sobre una disciplina que no conozco bien; pero desde el punto de vista de la verdadera Ciencia iniciática, una meditación que no es un contacto con el mundo divino, que no es susceptible de dejar huellas de un mayor amor, de una mayor luz, no es muy útil” 1.
1 Omraam Mikhaël Aïvanhov, ¿Qué es un Maestro espiritual?, Ediciones Proveta, Fréjus Cedes (Francia) 19882, pp.56-61.

La ‘mistagogía’ es un capítulo esencial de la iniciación a la experiencia del misterio; capítulo fundamental de la teología de la oración:

“Teología es iniciación al misterio divino no simplemente reflexión sobre el mismo. Una teología puramente científica no tendría sentido pleno. La auténtica sabiduría sobre Dios culmina en adoración”2.

Y, de particular importancia: sometida a la verificación real, es cuando demuestra su verdad o falsedad. Se repiten doctrinas, soluciones teóricas, que fallan a la hora de transformar la existencia.

“Ahí está [en orientar a la unión con Dios] el verdadero sentido de la teología, que debe permanecer como un camino iniciático, entendiendo por ‘iniciático’ abrir la puerta del misterio”3.

El camino de la sencillez y de la simplificación progresiva es el camino iniciático fidedigno; el camino de la revelación interior (Sal 119,30; Mt 11,25)). No hay que olvidar que hay que llevar al orante hacia la verdadera

"... iniciación, [que es] una introducción del hombre, no sólo intelectual, sino también vital..."4.

En cierta ocasión alguien le dijo a un maestro oriental:
- He estado escuchándolo por algún tiempo, pero hasta ahora no se ha producido ningún cambio. ¿Qué es lo que anda mal?
El maestro contestó:
- ¿Será porque usted no es serio? ¿Será porque no le importa? ¿O porque tiene tantos problemas que está atrapado en ellos y no tiene tiempo ni el ocio necesario para detenerse, y, entonces, no puede mirar esa flor? ... Señor, usted no ha dedicado su vida a ello. Estamos hablando de la vida, no de ideas, ni de teorías, prácticas o tecnologías, sino que observamos la totalidad de la vida, de su vida. Usted dispone de un tiempo muy corto para vivir, puede que diez, puede que cincuenta años, pero no lo malgaste, mírelo todo, consagre su vida a ello y compréndalo”5.
Consagre su vida a ello… ¿No es un proceso el despertar? ¿La iniciación no es un despertar? ‘Consagre su vida a ello’…

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.

2 Cf en ‘Vida Nueva’, n.1, 421 (24 de marzo de 1984)28 (608).
3 G. Dürckheim, El Camino, la Verdad y la Vida, p. 39.
4    Louis Bouyer, La Biblia y el Evangelio, Madrid, Edic. Rialp, 1977, p. 27. "Vital" significa la inmersión de toda la persona (GS 3), en el Acontecimiento, que se revela de forma integral: todo él, a toda la persona.
5 Mary Lutyens, Krishnamurti, los años de plenitud, Edhasa, Barcelona 1984, 216s.

martes, 12 de enero de 2010

Danos, Señor, despertar

Compartimos contigo este precioso poema del Padre Nicolás Caballero, esperamos te guste...

En una noche serena
tu Palabra descendía
hasta convertirse en playa
con un sol de mediodía.

Tu Palabra es altamar,
es leve cuando nos llega,
que Dios, dejando su hondura,
-nadie la puede pensar-,
consiente que le miremos,
y del mirar hace ‘oficio’,
lo que llaman ‘contemplar’.

Dejo en tu arena mis huellas,
que tú borras al pasar;
-en un olvido incesante,
en un olvido sin forma-,
sin vestigios por delante,
tan leve como el instante,
y sin huellas por detrás.

Que el andar es ya llegar:
donde un niño, casi nada,
que es comienzo y es final;
por eso ya no hay pisadas
ni delante ni detrás.

Y en esa ‘forma sin forma’:
como que vuelto al revés,
siendo nada, en tu silencio,
y siendo todo a la vez,
a la orilla de tu playa
y gritando a tu altamar,
te pido, Señor, nos des
la gracia de despertar’.


Nicolás de Ma. Caballero, cmf.