Aprender a orar es el regalo más
bello que uno puede hacerse a sí mismo en esta vida; es la “máxima fuente de
dignidad humana” (Gaudium et Spes 19). Aprender a orar, dentro del ejercicio
básico, primordial, de nuestra fe y caridad, requiere la armonización de todo
nuestro ser. Y, en esa creciente armonía, fruto del esfuerzo inteligente y de
la gracia amorosa del Espíritu, al orante se le revela el pensamiento del
Padre: Cristo Jesús (Jn 14, 23).
Aprender a orar no es tanto
aprender una metodología cuanto aprender el arte de la inmersión en nuestra
naturaleza profunda, ya cristiana, donde Dios nos espera (GS 14).
Orar y enseñar a orar requieren
una intención seria y una atención permanente. Dedicado a este ministerio de la
Iglesia, y consciente de todo tipo de limitaciones, me consuela y conforta
sentir con santa Teresa: “Si las que os trataren quisieren comprender vuestra
lengua, ya que no es vuestro de enseñar, podéis decir las riquezas que se ganan
en deprenderla [ sic]; y de esto no os canséis,
sino con piadad [ sic] y amor y oración –porque les
aproveche- para que entendiendo la gran ganancia, vayan a buscar maestro que
les enseñe; que no sería poca merced que os hiciese el Señor despertar algún
alma para este bien” (SANTA TERESA, Camino
de perfección 34 (20), 4 (6)).
Hazte un regalo: ora. Conviértete a la oración. Trata de aproximarte a un modelo sin igual de oración, Jesús.
“Llegada la noche,
subió Jesús a un monte apartado,
para orar, y estaba
allí solo” (Mt 14, 23).
Tú, seas quien seas, puedes ser
un orante de profundidad. Basta vivir en amistad con Dios, en su gracia, y
aprender a simplificar tu mirada y a abrir tu corazón al Amor del Padre.
Simplificar la mirada significa
desocuparla de tantos contenidos mentales, imaginativos, y excesos verbales;
desalojar de nuestra atención tantas palabras innecesarias, tantas referencias,
alusiones, relaciones que encontramos entre ideas, palabras, imágenes… Y
aprender a quedarse solo, en esa “soledad” sin “lugar”, “sin palabra”, “sin
arrimo”, “como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora”. “Simplifica
tu mirada”. “Abre tu corazón de pobre”.
Jesús no enseñó métodos de
oración; enseñó la actitud sencilla y confiada de quien, estando con su Padre,
habla o calla; llora o ríe; pide o se deja a su providencia amorosa.
De esta manera se va
reconstruyendo una honda y precisa manera de ser adulto, por la oración: por la
progresiva manera de simplificar la mirada, la advertencia, la atención, y por
la apertura del corazón.
Orar, y orar de esta manera, es
la gran oportunidad que se te ha dado para aprender, antes de morir, a iniciar
y ahondar tu amistad con Dios, antes de que te encuentres “cara a cara” con Él
y puedas reconocer al Padre escondido, al que hablas en la “oscuridad”.
NICOLAS DE MA.
CABALLERO, CMF
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