‘Entre el hacer y el soñar
queda lo que más importa:
despertar’
(A. Machado).
Un texto relevante, relativo a la iniciación
el de Mc 4,11: ‘Y les dijo: "A vosotros es dado saber (‘gnonai’
= conocer por experiencia) el misterio del reino de Dios; mas a los que
están fuera (‘exo’). El que conoce está dentro: estar dentro es
conocer. No conocer es estar ‘fuera’
(‘Exo’); es el hombre ‘exterior’, sin ‘conocimiento’;
‘profano’ (2Co, 4, 16).
Entrar, salir; estar dentro, estar
fuera, es el gran dilema de la iniciación y de la sabiduría cristiana.
Iniciarse, ser iniciado, es comenzar a ser sabio, no quedarse ‘fuera’, en el
rito, en la celebración sino comenzar a
estar en la quietud del misterio. ‘Dentro (ésothen)‑fuera (exo); conocer‑desconocer’, ‘sabiduría‑necedad, son límites entre
los que se mueve nuestra posibilidad entre lo santo y lo profano, entre la
interioridad y la exterioridad; entre el tener un corazón que escucha o la alternativa
trágica de ‘tener ojos y no ver’; tener ‘oídos y no oír’.
Si la conciencia,
que es fundamentalmente ‘mirada silenciosa’, no trasciende las palabras y los
ritos, todo quedará sin fundamento y será verdad que quien comenzó a edificar
no pudo terminar (Lc 10,40). Frente a los que elaboran
bien, incluso meticulosamente circunstancias propias para el ‘despertar’
(experiencia del misterio), la primera lección por aprender es:
"No es cuestión
del lugar a donde debes ir, o de si
debes unirte a un grupo. La cuestión es saber si estás correctamente preparado
para aprender a aprender" [1].
La circunstancia nunca
crea el contacto con el misterio. No obstante:
“No niego que no sea
interesante, y hasta útil, conocer todas las tentativas que los humanos han
hecho, desde hace siglos y milenios, para penetrar los misterios del universo y
acercarse a la Divinidad ,
pero eso no basta. (…) hay que hacer un esfuerzo para realizar ese ideal. Uno
se queda asombrado cuando ve que algunos de los que hacen discursos sobre la
grandeza y la sabiduría de los iniciados
siguen siendo pequeños, mezquinos, débiles e incapaces de conducir
razonablemente su vida”[2].
Sin saberlo, algunos
podemos estar haciendo el ridículo del que, no obstante, no salva-creo- la
sinceridad con la que procedemos, aunque no salgamos de la ignorancia en la que
estamos establecidos.
Iniciación a la oración cristiana
El ‘fracaso’ puede significar un momento propicio
para que Dios nos ‘inicie’ en su misterio y podamos construir con solidez, no
sólo sobre palabras o gestos. La iniciación real se basa
no en explicaciones nuevas sino en ascensiones nuevas, o profundizaciones nuevas.
La ‘iniciación’ está, por antonomasia, fundamentada en el misterio de la oración cristiana: la contemplación. El verdadero acto
‘iniciatorio’ es la oración interior.
“Ciertamente, los fieles que han
recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están
llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la consagración
les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que
ellos la cultiven con generosa dedicación. Pero
se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con
una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante
tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían
cristianos mediocres, sino « cristianos con riesgo ». En efecto, correrían el
riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían
por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas
alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la
oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda
programación pastoral”[3].
Claro que necesitamos teólogos, pero, sobre
todo, necesitamos ‘mistagogos’: personas que ayuden a realizar el misterio
cristiano, ‘el misterio-Jesús’.
“Uno
de los grandes vacíos en la
Iglesia actual es la falta de maestros de oración que sepan
introducir y orientar, desde su propia experiencia, en los caminos de la
oración. Padres y madres espirituales que enseñen los caminos de Dios. Uno de
los mayores problemas de una Iglesia que pretende renovar su espíritu
evangelizador es saber que necesita una oración nueva, pero no cuenta con hombres
y mujeres que sepan enseñar a orar” [4].
En definitiva la
iniciación es una ‘poética’ que realiza Dios cuando nos deja entrar en su
silencio. Entiendo poética como algo que ‘se hace’ (de ‘poieo’, póiesis). ¡Qué bello poema el de la persona iniciada!
Necesitamos
personas que nos ayuden a desarrollar ‘esa forma de sed’ que nos ‘inicia’, que
nos permite ‘entrar’ y no quedarnos ‘fuera’ (‘exo’) en la estructura de las formas, sin la verdad del misterio,
que nos realiza aun ‘sin saber cómo’.
Nuestra cultura no
es, desgraciadamente, ‘iniciática’. Los procesos lingüísticos y acumulativos
predominan; los ‘saberes’ han sustituido, en gran medida, a la sabiduría. Podemos hacer algo, aun conscientes de que la
sabiduría la da Dios y la da con abundancia aunque dentro de unas condiciones de
oración perseverante; pero podemos favorecer unas circunstancias que, de manera
imprecisa, llamo, condiciones pedagógicas para ‘despertar’, ‘entrar’, ‘ser
sabio’, tener ‘mente de principiante’; ‘tener oído de iniciado’, ‘saber escuchar’.
Lo que el lenguaje inglés llama ‘the still point’, el punto quieto’ que ya
Isabel de la Trinidad
formuló más certeramente como ‘inmóvil y
apacible’. Sería un reproche para quienes hacemos profesión de fe cristiana
que se nos dijera: ‘Si conocieras…’ (Jn 4,10). Si nos lo dice quien ‘sabe’,
significa que aún estamos ‘fuera’ (‘exo’).
Nicolás de Ma. Caballero, cmf.
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