sábado, 1 de junio de 2013

Sólo el silencio es iniciático (III)


‘Entre el hacer y el soñar
queda lo que más importa:
despertar’ (A. Machado).

Un texto relevante, relativo a la iniciación el de Mc 4,11: ‘Y les dijo: "A vosotros es dado saber  (‘gnonai’ = conocer por experiencia) el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera (‘exo’). El que conoce está dentro: estar dentro es conocer.  No conocer es estar ‘fuera’ (‘Exo’); es  el hombre ‘exterior’, sin ‘conocimiento’; ‘profano’ (2Co, 4, 16).

Entrar, salir; estar dentro, estar fuera, es el gran dilema de la iniciación y de la sabiduría cristiana. Iniciarse, ser iniciado, es comenzar a ser sabio, no quedarse ‘fuera’, en el rito, en la celebración sino comenzar  a estar en la quietud del misterio. Dentro (ésothen)‑fuera (exo); conocer‑desconocer’, ‘sabiduría‑necedad, son límites entre los que se mueve nuestra posibilidad entre lo santo y lo profano, entre la interioridad y la exterioridad; entre el tener un corazón que escucha o la alternativa trágica de ‘tener ojos y no ver’; tener ‘oídos y no oír’.

Si la conciencia, que es fundamentalmente ‘mirada silenciosa’, no trasciende las palabras y los ritos, todo quedará sin fundamento y será verdad que quien comenzó a edificar no pudo terminar (Lc 10,40).  Frente a los que elaboran bien, incluso meticulosamente circunstancias propias para el ‘despertar’ (experiencia del misterio), la primera lección por aprender es:

"No es cuestión del lugar  a donde debes ir, o de si debes unirte a un grupo. La cuestión es saber si estás correctamente preparado para aprender a aprender" [1].

La circunstancia nunca crea el contacto con el misterio. No obstante:

No niego que no sea interesante, y hasta útil, conocer todas las tentativas que los humanos han hecho, desde hace siglos y milenios, para penetrar los misterios del universo y acercarse a la Divinidad, pero eso no basta. (…) hay que hacer un esfuerzo para realizar ese ideal. Uno se queda asombrado cuando ve que algunos de los que hacen discursos sobre la grandeza y la sabiduría de los iniciados siguen siendo pequeños, mezquinos, débiles e incapaces de conducir razonablemente su vida”[2].

Sin saberlo, algunos podemos estar haciendo el ridículo del que, no obstante, no salva-creo- la sinceridad con la que procedemos, aunque no salgamos de la ignorancia en la que estamos establecidos.
 
Iniciación a la oración cristiana

El ‘fracaso’ puede significar un momento propicio para que Dios nos ‘inicie’ en su misterio y podamos construir con solidez, no sólo sobre palabras o gestos. La iniciación real se basa no en explicaciones nuevas sino en ascensiones nuevas, o profundizaciones nuevas.

La ‘iniciación’ está, por antonomasia, fundamentada en el misterio de la oración cristiana: la contemplación. El verdadero acto ‘iniciatorio’ es la oración interior.

“Ciertamente, los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la consagración les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que ellos la cultiven con generosa dedicación. Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino « cristianos con riesgo ». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral[3].

Claro que necesitamos teólogos, pero, sobre todo, necesitamos ‘mistagogos’: personas que ayuden a realizar el misterio cristiano, ‘el misterio-Jesús’.

“Uno de los grandes vacíos en la Iglesia actual es la falta de maestros de oración que sepan introducir y orientar, desde su propia experiencia, en los caminos de la oración. Padres y madres espirituales que enseñen los caminos de Dios. Uno de los mayores problemas de una Iglesia que pretende renovar su espíritu evangelizador es saber que necesita una oración nueva, pero no cuenta con hombres y mujeres que sepan enseñar a orar” [4].

En definitiva la iniciación es una ‘poética’ que realiza Dios cuando nos deja entrar en su silencio. Entiendo poética como algo que ‘se hace’ (de ‘poieo’, póiesis). ¡Qué bello poema el de la persona iniciada!

Necesitamos personas que nos ayuden a desarrollar ‘esa forma de sed’ que nos ‘inicia’, que nos permite ‘entrar’ y no quedarnos ‘fuera’ (‘exo’) en la estructura de las formas, sin la verdad del misterio, que nos realiza aun  ‘sin saber cómo’.

Nuestra cultura no es, desgraciadamente, ‘iniciática’. Los procesos lingüísticos y acumulativos predominan; los ‘saberes’ han sustituido, en gran medida, a la sabiduría.  Podemos hacer algo, aun conscientes de que la sabiduría la da Dios y la da con abundancia aunque dentro de unas condiciones de oración perseverante; pero podemos favorecer unas circunstancias que, de manera imprecisa, llamo, condiciones pedagógicas para ‘despertar’, ‘entrar’, ‘ser sabio’, tener ‘mente de principiante’; ‘tener oído de iniciado’, ‘saber escuchar’. Lo que el lenguaje inglés llama ‘the still point’, el punto quieto’ que ya Isabel de la Trinidad formuló más certeramente como ‘inmóvil y apacible’. Sería un reproche para quienes hacemos profesión de fe cristiana que se nos dijera: ‘Si conocieras…’ (Jn 4,10). Si nos lo dice quien ‘sabe’, significa que aún estamos ‘fuera’ (‘exo’).

Nicolás de Ma. Caballero, cmf.




[1]Idries Shah,  Aprender a aprender, Bs. As. Paidós, 1988, p. 62.
[2] Omraam Mikhaël Aïvanhov, ¿Qué es un Maestro espiritual?, Ediciones Proveta, Fréjus Cedes (Francia) 19882, pp.56-61.
[3] Juan Pablo II ,Novo Millennio ineunte’,34.
[4] J. A, Pagola, Vida contemplativa y evangelización,  Publicaciones IDATZ, Argitalpenak, San Sebastián, 1996, 30.

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