Un poeta, buscando la respuesta a ¿qué es la poesía?, escribió: Pero la noche existe/y la palabra lo sabe. Juan de
La
noche es el gran suceso ‘iniciatorio’[1],
cuando no se la desvirtúa y se respeta su silencio y el ‘contacto’, callado o
‘presentido’, con realidades que nos rondan. Y cuando la noche es metáfora-en una noche oscura-, se convierte en
nuestros místicos en la noche de Dios, siguiendo el sublime prototipo de la Sabiduría 18, 14: ‘Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía
y la noche se encontraba en la mitad de su carrera…’. No se ve, no porque
lo impidan las tinieblas, sino porque nuestros ojos son inadecuados para ¡tanta
luz, que ciega! Hacer de la oscuridad
otra forma de luz es lo que nos pide la carta a los Hebreos: ‘crean como si vieran’ (Hb 11,27 ). Es
maravilloso saber que ‘donde muere el
razonamiento, nace el acontecimiento’. Estar presentes en esa presencia
oscura es nuestro destino y el ámbito de nuestra seguridad ya que la oscuridad
de Dios es más clara que lo más claro de los hombres. La fe, varilla palpadora
del ciego, al pasar, va ‘tanteando’ la oscuridad y el paisaje que esconde;
investiga el espacio.
La
dimensión ‘profunda’ de todo es Dios. Y ‘en todo’ abre caminos que invitan a la
inmersión en su misterio: ‘venid y lo
veréis’. Y, cuando la persona de fe atraviesa el espejo-como la Alicia
narrada en el cuento- también se esconde, justo cuando asiente con lo del ‘otro
lado’ del espejo. Lo certifica Pablo (Col 3,3: kékryptai ). La persona de fe se esconde, incluso a su propia
mirada.
Un
iceberg es toda persona que sale de la profundidad de Dios. Sus raíces son la
insondable soledad de Dios y la recóndita soledad de sí mismo. Y, cuando ambos
se encuentran nace ese misteriosamente bello acontecimiento, que es ‘orar’, ‘donde nadie parecía’. La fe y el ahora se refieren mutuamente. Y rompen las distancias. ¿Acaso
también las referencias? ¿O acaso todo es referencia? Meister Eckhard
(dominico, 1260-1327) preguntado: -‘Maestro, ¿Cuándo muera a dónde irá?’ –‘A ninguna parte’-respondió. Respuesta
equívoca válida para un ateo, que afirma que ‘Dios no existe…’. Y digna de un
místico que afirma que ‘Dios está en todas partes’.
Y,
dentro de ese silencio, parte fundamental de la vida interior, es preciso
aprender a vivir dejándose educar en el lenguaje silencioso de Dios, sin ruido
de palabras. La ‘receta’ es estar muy
quieto por dentro’. El orante hace de esa escucha, aparentemente inútil, un ejercicio permanente de
subsistencia (Ha 2,4; Rm 1,17).
Uno de
trapenses y no es chiste. “Lo digo de
verdad-replicó el prior muy serio- La parte física de nuestra vida no es la más
dura. La gente nos ve trabajar como esclavos oye decir que durante la mayor
parte del año observamos el ayuno negro, que nunca nos levantamos después de
las dos de la mañana y con todo eso se quedan espantados. Pero esa no es la
parte difícil de la vida trapense. Eso no es nada comparado con la permanente
disciplina de alma que se nos exige.
Cuando el cuerpo, los sentidos y el alma de un hombre están abrumados,
fatigados mortalmente cuando día tras día camina a la luz de la fe, que a veces
se debilita hasta oscurecerse, entonces es cuando el trapense encuentra difícil
su vocación. Entonces tiene que ponerse a la altura de su máxima virilidad
cristiana y caminar adelante a través de la oscuridad que se cierra sobre él.
Tiene que seguir adelante sin temor ni vacilación, sin contar siquiera con la
luz de una estrella que le guíe. Ese es el verdadero desafío de la vida
trapense: la exigencia de una fe ardiente”[2].
La
dificultad de la fe no es aceptar ‘verdades abstractas’; es, ante todo, saber
permanecer conectados con una presencia que no se ve ni se oye pero que nos
afecta. Vienen bien los versos:
"¡Lo viste!
- Sí, ¡lo veo!
Y es
que la fe no es ceguera; es otra manera de ver y el ámbito de nuestra
presencia: la silenciosa, la escondida.
La
mayoría habla de: ‘La forma en que
educamos’; otros proclaman: ‘Eduquemos
de otro modo’, y otros, rompiendo la barrera del sonido, insinúan: ‘Eduquemos sin modos ni maneras’. No es
la anarquía; es la educación para ‘tocar’, para ‘dejarse tocar’ por el
misterio; para ‘ver’ sin modo ni manera-dice
Juan de la Cruz.
Como
compensación a nuestra posible frustración, aunque leve regalo, regalo un Haiku[4] japonés; es un poemita, que atrapa el
‘instante’. Y el instante es una contracultura.
Lástima
que el envase, aún es cultura; pero, esperad a que el envase se quiebre y
libere su verdad. ¡Será el instante! Esa formulación de la contracultura del ser y
estar frente al tener y hacer:
‘Una
gotera.
Suena
el trueno en la casa;
arde
una vela’.
Si uno
pudiese repetir lo de una mística de la calle, que escribió en su diario lo que
le habían dicho que dijera:
“Me
gusta que sepas reconocerme
y
decir con los ojos vendados: ¡es El!”.
(Gabriela Bossis)
Nicolás de Ma. Caballero, cmf.
[1] En las culturas religiosas, iniciatorio, iniciación, iniciático,
no tiene solamente el sentido de ‘comenzar’, de ‘empezar’ algo, sino, sobre
todo de ‘comenzar a tocar como de
cerca, el misterio’.
[2] M.
Raymon, Incienso quemado, Studium, Madrid, 1959, 120.
[4] Composición poética japonesa
de diecisiete sílabas consistente en tres unidades métricas de 5 - 7 - 5
sílabas.
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