domingo, 1 de diciembre de 2013

Oración y silencio I


Ya casi de forma compulsiva, muchos buscan lugares y momentos silenciosos; lugares retirados: el campo, montañas, valles, pueblos apartados, casas solariegas, ‘ashrams’ (Centros de meditación orientales.), monasterios, donde pasar unos días, donde descansar apartados de una incesante fuente de estímulos de contaminación, de distorsión, de fatiga, de prisas, tensiones, de incesante combatividad y competencia; de un mundo excesivamente comunicado, aunque mecanizado en su comunicación, sin apenas capacidad ya para la comunión y la relación cálida, hasta causar agotamiento de todo tipo; para huir de estímulos, que desorganizan nuestra vida mental y emocional, corporal, cerebral, respiratoria, nerviosa y muscular. Es el estrés, se repite, pero creo que es una seria desorganización de la personalidad que la incapacitan para sus funciones más elevadas de pensamiento, de encuentro, de equilibrio de apertura, de oración.

En estos casos, el silencio de la tranquilidad es una necesidad para poder preservar sencillamente la cordura, aunque diste mucho de representar un anhelo de cultivar valores de interioridad, lenguaje desconocido habitualmente por el hombre y la mujer fatigados. Pero ni siquiera en estos casos, el silencio de la calma, representa una huida de la vida, sino la huida de una lenta forma de muerte, de deterioro, de desequilibrio. El silencio no es una manera de eludir la vida. El silencio nunca elude la vida: sale a su encuentro; y, en todo caso, la preserva.

Aunque esos niveles de silencio sean todavía superficiales, siempre representan una ventaja sobre la deshumanización y la desinteriorización, en la que habitualmente se encuentra el hombre de nuestra sociedad: un hombre fuera de si.

Y, sin embargo, el silencio, la calma, no puede quedar únicamente en ser un refugio contra el cansancio o contra la llamada “fatiga de la vida”. El silencio es una situación donde poder reconstruirse interior y exteriormente. Es un ámbito en el que la persona puede recuperar su vocación de persona. En la calma de un ‘lugar’ o en la calma de un ‘momento’ determinado, todo puede comenzar a ponerse en su sitio. Y el hombre y la mujer desplazados, pueden sentir que están bien estando en sí mismos, de donde habían sido arrancados. Algunos, de entrada, interpretan el silencio como callar, no hacer ruido o estar en un lugar tranquilo, al abrigo de todo. Y no saben por qué tienen que callar, ni que el callar pueda tener que ver con el crecimiento personal. Y, además, no saben más que reservarse y preservarse, sin comprender que el silencio es una posibilidad de ‘estar en armonía con todo’ estando con todos y a la intemperie. El silencio no es una flor de ‘vitrina’; es una flor de presencia, de compromiso, de bienestar, de estar bien, aun en medio de la tormenta, el lugar del orante, que reposa en Dios.


La profundidad nunca está en las palabras; está siempre está en el silencio.
NICOLÁS DE MA. CABALLERO, CMF. 
Martes 29 de Noviembre del 2005 

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