La oración tiene que ser fácil
porque es una necesidad, la primera necesidad de toda persona. Pero, de hecho,
resulta difícil. Sin oración es imposible la vida cristiana; disminuye la
eficacia eclesial y la capacidad para esa terapia fundamental, que cada uno
necesita. Hoy no es fácil orar porque interfieren situaciones personales y
ambientales, muy destacadas y fuertes, que dificultan la oración honda y
sencilla. La gran circunstancia personal es la superficialidad de nuestra
conciencia, dispersa y atraída de mil modos por la vida actual. Y sin
profundidad de la conciencia, que vertebra cualquier proyecto humano, la
persona se incapacita para ese maravilloso intercambio de amor, que sigue
‘encarnándose’ en cada persona amistosa. El orante tiene que ‘entrar dentro de
sí’, donde Dios se encuentra y nos espera. Esta es la invitación del Vaticano
II (GS 14). Y esa es precisamente la gran dificultad del orante, no bien
educado para la oración: ignora qué es ese ‘dentro’; no sabe cómo ‘se entra’, y
carece de motivación suficiente que justifique la ‘entrada’ en un ámbito,
aparentemente ‘indefinido y vaporoso’, que llamamos ‘yo mismo’.
Además,
la oración como un creciente proceso de ‘encarnación de Dios en el hombre,
encuentra todas las dificultades que le presenta una ‘carne’, una ‘persona
debilitada’ por sus propias conflictos y por sus excesivas estructuras,
emocionales, metodológicas y racionales. Interfiere la ansiedad, hoy frecuente,
y expresión mayor o menor de falta de paz de la mente, no bien regulada ni
relacionada con la fuente original de la paz cristiana. Interfiere, de manera
casi definitiva, la alteración de nuestro cuerpo deformado por sus propias
tensiones; fatigado por una mente negativa; con dificultades para crear esa
elemental capacidad de ‘estar’, y de ‘estar’ en la presencia de Dios. El
excesivo empeño por ‘hacer’, incluso oración, diluye las posibilidades de recuperar
la necesaria descondición del orante profundo: estar ‘disponible’,
‘desocupado’; saber estar ‘sin eficacia’, dice Juan de la Cruz. Mi propósito,
siempre humilde por mis ‘imposibilidades’ y por la naturaleza misma de la
oración, es facilitar los procesos que, entendidos y realizados, puedan
ayudarnos a ser orantes sencillos y profundos, con la gracia de Dios y con la
inteligente aportación de la persona.
Todo es gracia, al mismo tiempo que presencia humana, inteligente, graciosamente combinadas. Dios dijo a una persona ‘santa’: ‘ Yo acudí, pero tú no estabas’. Nosotros decimos. ‘No estás en lo que estás’.
Nicolás de Ma. Caballero, cmf. - Viernes 30 de Septiembre del 2005
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