"Cada día, en la penumbra de un rincón de mi
casa, medito. La ventana entornada tamiza la luz del día o dosifica la
oscuridad de la noche. Meditar sumergido en la penumbra de un rincón
preservado, es un privilegio para el espíritu. Cada cosa está en su puesto sin
desmesura, únicamente para crear entorno, nunca para distraer.
Necesariamente tengo que crear
armonías previas, nada solemnes, con la sencillez de una manera personal de
liturgia, con la discreta presencia de la luz y sombra que protegen mi espacio
exterior e interior. Allí me sumerjo y trato de manejar sin conflicto, toda la
imperfección de mi mente, de mi afectividad y de mi cuerpo no bien hecho para
el reposo, en la calma de una venta
entornada” (Un orante).
Crea el entorno sereno que tu oración necesita.
Créalo realmente o visualízalo hasta que te impregne. ‘Retírate a tu
habitación’ -dice Jesús- (Mt 6,6: a tu, tameîon, cámara
en el piso bajo o interior de una casa oriente, con frecuencia usado para almacenaje o despensa, y, en todo
caso, un lugar muy reservado).
Te aconsejo que grabes el siguiente ejercicio. Después,
en actitud pasiva, lo escuchas y le dejas que ‘realice’ en ti su eficacia: la
de hacerte más sencillo, menos estructurado, más ‘ligero’ del peso de tensiones
y pretensiones. Grábalo despacio.
Puede servirte como un limpiador de la mente saturada y cansada por sus
pretensiones y por su habitual ansiedad.
Pruébalo.
Reconstruye tu postura… Y con ella, elabora un nuevo gesto,
un modo interno de sentir y de estar (Pausa breve).
Desestructura tu cuerpo tenso y rígido. ‘La oración hecha con los músculos tensos, no puede ser una oración
recogida’. En la tensión siempre hay una actitud defensiva y una mirada a algo
ajeno que nos amenaza. Eso no nos dejar estar ‘con nosotros mismos’.
Es importante que te sientes con tu espalda y cabeza rectas... Requiere
un cuidadoso aprendizaje. No es algo tan ingenuo como parece (Pausa
breve).
Siéntate sin tensiones de postura; déjate
caer en vertical desde la coronilla de la cabeza hasta el asiento de la
silla, en la que descansa todo tu peso y todo tu agobio
(Pausa
breve).
Déjate caer en vertical. Sin rigidez, como cayendo sobre ti
mismo. Siente que te desplomas por dentro de ti mismo (Pausa breve).
La cabeza se hunde en el cuello (Pausa breve),
el cuello en los hombros (Pausa breve);
los hombros en la espalda (Pausa breve);
la espalda cae sin esfuerzo, por toda la columna vertebral:
por la espina dorsal y lumbar, hasta el asiento donde te apoyas (Pausa
breve).
Deja que tu mandíbula caiga toda. Inicialmente deja
que tu boca se abra, siguiendo la caída
de tu mandíbula y déjala que permanezca abierta. De esta forma sentirás toda la
distensión saludable, que llega a tu cara y garganta. Y hasta notarás como se
suelta tu cuello, por detrás.
Siente tus ojos cerrados (Pausa breve).
Sientes que una mano suave, con la palma abierta, caliente,
pasa despacio, se desliza por tus ojos, y los cierra con suavidad (Pausa breve).
Siente que una mano amiga, silenciosa, suave, pasa por
encima de tus ojos cerrados y los duerme, sin que se ‘duerma’ tu conciencia, tu
capacidad de ‘estar despierto’. Tus ojos cerrados realizan más que un dormir,
un espacio recogido, al abrigo de lo externo (Pausa breve).
Sin que entiendas cómo, la mano amiga llene de energía
entra por tus ojos sin dañarlos, curándolos y dándoles reposo, sosiego,
tranquilidad. Tus ojos dejan de reflejar tu inquietud mental y comienzan a
expresar la serenidad de tu alma en Dios (Pausa breve).
Sientes tus ojos pesados y con sueño (Pausa breve).
Tus ojos no miran nada, aunque no se pierden en el vacío;
simplemente, dejan de ‘representar el mundo’, están sobrenadando en una
oscuridad, en la que no miran ni ven nada. En esa soledad de tus ojos la mente
se tranquiliza y todo facilita una presencia silenciosa y un encuentro al
abrigo de miradas ajenas (Pausa breve).
Y, si tu mente no está lo suficiente tranquila, realiza la
práctica del Géiser, fuente termal de origen volcánico y que en forma de
surtidor vigoroso, por lo general periódico, proyecta a la atmósfera columnas
de agua caliente y vapor por una abertura en el terreno, conocida como chimenea
o conducto de emisión. Vívelo como un formidable ejercicio de ‘descarga’: ‘Siente
que por la cima de tu cabeza sale de forma
explosiva, toda tu inquietud; tus tensiones, tu expresión reprimida; que
todo sale por la cima de tu cabeza, potente, fuerte, como un volcán en
erupción. Y te quedas tranquilo…
Tus oídos se recogen sobre sí mismo para hacerse sensibles
a tu silencio interno, para escuchar el silencio que surge de dentro de ti, de
más atrás de tus propios ruidos (Pausa breve).
Mantén tu cuerpo tan quieto como sea posible. Tu cuerpo es
un lugar de oración; no solamente cuando lo usas, sino, sobre todo cuando lo vives
y lo abres como ‘un seno’ donde puede caber Dios cuando se convierte en un
espacio que acoge, sin protagonismo ninguno, el don de Dios, y deja que ese Dios ‘cercano’
lo llene, te llene y, de alguna manera, se corporalice
en ti (Pausa
breve).
La postura
quieta y sostenida, puede parecer la metáfora de un fósil, pero es un ‘estado
de espíritu’ y, en el caso del orante, una manera de enamoramiento, como relata
el Cantar de los cantares, que,
aunque lo aplica al amado, es también la actitud de la amada: ‘Vedle ya que se para detrás de nuestra
cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas’ (Ct 2,9).
Y, desde tu quietud,
llámalo…Buen viaje…
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