Pablo VI dijo: “El mundo moderno tiene
necesidad de aprender de nuevo a orar”.
Parece que existe la necesidad de retornar a la oración personal.
Frecuentemente, no obstante, ese deseo
no representa más que la nostalgia de quien, “hecho para Dios”, al final,
aburrido, no madurado, se cansa de girar alrededor de sí mismo. Muchos, por otra
parte, cuando “dan forma” a su oración, no superan los modos iniciales, y las
formas de los principiantes, en las que fácilmente quedan estancados de por
vida.
No acabamos de hacer un tratamiento
adecuado a nuestra nostalgia ni de nuestro anhelo profundo de Dios. Lo afirmaba
Juan de la Cruz cuando escribía:
“Nunca acaban de dar en substancia ni
pureza de bien espiritual, ni van por tan derecho camino y breve como podrían
ir” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte
Carmelo II, 5, 7).
Por otra parte en muchos existen grandes
carencias básicas, que imposibilitan la oración:
- · Les falta fe.
- · No tienen hambre de Dios, han perdido la “sensibilidad de Dios”, es el escándalo de la “insensibilidad de Dios” del ateísmo práctico de quien no siente que necesite a Dios para vivir.
- · En el fondo no quieren cambiar; no aceptan una necesaria desestructuración y “pobreza” que simplifique todo.
- · No aceptan una disciplina. Todos van a su aire, inventando los caminos y hasta las condiciones de la misma oración.
- · Falta de constancia, de perseverancia, de fidelidad; se cansan y cambian y cambian. Sólo les impulsa la novedad, la notoriedad, la emoción del momento, pero no “la verdad” ni la “voluntad”.
Se trata de volver a encontrar el modo
de ser y de sentirse hijo, y de hablar cara a cara con nuestro Padre Dios “Ex
33, 11), como Jesús (Mc 1,35), y en Jesús, en quien únicamente (Hc 4, 12),
tenemos acceso al Padre.
NICOLAS DE
MA. CABALLERO, CMF
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