Muchos se regocijan con
métodos variados y coloristas de oración; hasta ‘cincuenta modos de orar’. Está
bien, pero no es lo mejor.
Orar, enseñar a orar no es cuestión de método sino de una actitud sencilla,
limpia, honda del alma, de la mente, del corazón, del cuerpo y cerebro. El
método no se puede ahondar, ni permite la oración profunda; sí, las condiciones
personales que nos abren al misterio del Amor de Dios.
Estas condiciones personales, son más bien, ‘descondiciones'. La oración profunda es más fruto de una desinstalación de la personalidad que de una eficacia calculada y estética que nos afirma.
El orante tiene que irse liberando de lo que impide abrir caminos al Amor: los apegos, las aversiones, la ansiedad, la falta de abandono en Dios. La verdadera ‘metodología’ de la oración es una terapia del alma, de la mente y del corazón. Es la forma en que podemos entender la aproximación a la fuente cristiana donde nuestros cansancios y agobios encuentran solución (Mt 11,28; 9,36: ‘Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor’). El silencio es el modelo humano más representativo de los caminos profundos de la oración. Y muchos no progresan en la oración porque no quieren o no entienden cómo entrar, progresar y dejar que culmine un proceso de silencio y de perfección del alma y de la conciencia, en Dios.
Quien
quiera progresar, tiene que salir de ‘sus modos’ de proceder para entrar en los
caminos de Dios, a los que cuando son profundos, Juan de la Cruz, los llama:
‘la tierra sin caminos’. El progreso real y definitivo no será nunca cuestión de
método ni de metodología, sino de silencio, desapego, pureza de corazón. Así el
orante se abre a Dios y, al darse a sí mismo, crea las condiciones reales para
el don de Dios, que es don de sí mismo. Al estar así en presencia de Dios,
‘toda la persona’ orienta su mirada silenciosa, sin método, conducida por la
necesidad del amor que clama, con Juan de la Cruz: ‘descubre tu presencia/ y
máteme tu vista y hermosura/; mira que la dolencia de amor,/ que no se cura/
sino con la presencia y la figura’.
Enseñar a orar no es tanto cuestión de metodología,
cuanto de enseñar a simplificar la mirada y la presencia de ‘andaderas’ para
ir a Dios. Pero al principio éstas son necesarias para sostener la conciencia
superficial y multiplicada del hombre y de la mujer modernos. ‘Enseñar a orar
es enseñar a simplificar’. ¡Y no es fácil para todos el simplificar!, aunque es
una urgente necesidad… Enseñar a orar es, en gran parte, enseñar a simplificar.
¡Ser sencillo puede resultar complicado! Triste paradoja.
NICOLÁS DE MA. CABALLERO, CMF
Miércoles 16 de Noviembre del 2005
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