Pablo VI, que habló de la oración con una notoria sabiduría, dijo: ‘ El mundo moderno tiene necesidad de aprender de nuevo a orar’. Parece que existe la ‘necesidad de retornar a la oración personal’.Frecuentemente, no obstante, ese deseo no representa más que la nostalgia de quien, ‘hecho para Dios’, al final, aburrido, no madurado, se cansa de girar alrededor de sí mismo. Muchos, por otra parte, cuando, ‘dan forma’ a su oración, no superan los modos iniciales, y las formas de los principiantes, en las que fácilmente quedan estancados de por vida.No acabamos de hacer un tratamiento adecuado de nuestra nostalgia ni de nuestro anhelo profundo de Dios. Lo afirmaba Juan de la Cruz cuando escribía:
“Nunca acaban de dar en substancia y pureza de bien espiritual, ni van por tan derecho camino y breve como podría ir”( SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo II, 6,7).Y esto ocurre, frecuentísimamente, hasta en personas que llevan una ‘vida regular’ de oración. Pero no progresan, que es como no progresar en el amor. Y nadie les enseña a desprenderse de los ‘rudimentos’ (Juan de la Cruz), ni les abre el camino y la comprensión suficiente para entender la naturaleza profunda de la oración y las actitudes esenciales para ser orante. Por otra parte en muchos existen grandes carencias básicas, que imposibilitan la oración:
- Les falta fe- No tienen hambre de Dios, han perdido la ‘sensibilidad de Dios’. es el escándalo de la ‘insensibilidad de Dios’ del ateísmo práctico de quien no siente que necesite a Dios para vivir.
- En el fondo no quieren cambiar; no aceptan una necesaria desestructuración y ‘pobreza’ que simplifique todo.
- No aceptan una disciplina. Todos van a su aire, inventando los caminos y hasta las condiciones de la misma oración.
- Falta de constancia, de perseverancia, de fidelidad; se cansan y cambian y cambian. Sólo les impulsa la novedad, la notoriedad, la emoción del momento, pero no ‘la verdad’ ni la ‘voluntad’.
Se trata de volver a encontrar el modo de ser y de sentirse hijo, y de hablar cara a cara con nuestro Padre Dios (Ex 33,11), como Jesús (Mc 1, 35), y en Jesús, en quien únicamente (Hc 4,12), tenemos acceso al Padre.
Nicolás de Ma. Caballero, cmf.
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