sábado, 31 de agosto de 2013

Necesitas orar


Pablo VI dijo: “El mundo moderno tiene necesidad de aprender de nuevo a orar”. Parece que existe la necesidad de retornar a la oración personal.

Frecuentemente, no obstante, ese deseo no representa más que la nostalgia de quien, “hecho para Dios”, al final, aburrido, no madurado, se cansa de girar alrededor de sí mismo. Muchos, por otra parte, cuando “dan forma” a su oración, no superan los modos iniciales, y las formas de los principiantes, en las que fácilmente quedan estancados de por vida.

No acabamos de hacer un tratamiento adecuado a nuestra nostalgia ni de nuestro anhelo profundo de Dios. Lo afirmaba Juan de la Cruz cuando escribía:

“Nunca acaban de dar en substancia ni pureza de bien espiritual, ni van por tan derecho camino y breve como podrían ir” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo II, 5, 7).

Por otra parte en muchos existen grandes carencias básicas, que imposibilitan la oración:


  • ·         Les falta fe.
  • ·         No tienen hambre de Dios, han perdido la “sensibilidad de Dios”, es el escándalo de la “insensibilidad de Dios” del ateísmo práctico de quien no siente que necesite a Dios para vivir.
  • ·         En el fondo no quieren cambiar; no aceptan una necesaria desestructuración y “pobreza” que simplifique todo.
  • ·         No aceptan una disciplina. Todos van a su aire, inventando los caminos y hasta las condiciones de la misma oración.
  • ·         Falta de constancia, de perseverancia, de fidelidad; se cansan y cambian y cambian. Sólo les impulsa la novedad, la notoriedad, la emoción del momento, pero no “la verdad” ni la “voluntad”.

Se trata de volver a encontrar el modo de ser y de sentirse hijo, y de hablar cara a cara con nuestro Padre Dios “Ex 33, 11), como Jesús (Mc 1,35), y en Jesús, en quien únicamente (Hc 4, 12), tenemos acceso al Padre.


NICOLAS DE MA. CABALLERO, CMF

sábado, 24 de agosto de 2013

La oración de “moda”

Hoy la oración está de “moda”. Está en la boca de todos, proliferan los grupos de oración; existe una notoria producción literaria y audiovisual. Y, sin embargo, no creo que la moda de la oración sea la solución a la gran necesidad, carencias y, al mismo tiempo, nostalgia, que tenemos. La nostalgia que Agustín gritaba en sus Confesiones: “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

¿Es realmente la oración de “moda” una solución real para el hombre agobiado, ante todo por su propia ignorancia de Dios? ¿Es nuestra “ciencia de la oración” una real capacidad para el “reposo en Dios”? ¿O es más bien un adorno de última hora que más que la plenitud de un vaciamiento (una “kénosis”) significa llenar un hueco incómodo?

Hoy hemos caído, posiblemente, escribía un autor, en lo que podemos llamar la sociedad del “consumo de oración”. La moda conlleva una vertiente emocional que no facilita el procedimiento de un “camino de oración”.

Hoy muchos oran, pero no son orantes. Y no es una distinción sin sentido o gratuita, igual que no es lo mismo “correr” que “ser un corredor”.


La moda de la oración ha contribuido a crear una distorsión del lenguaje sobre la oración, como el hablar con frecuente ligereza de la oración contemplativa. Ésta siendo esencial, nunca está en el ámbito de lo emocional, ni tampoco al comienzo de la vida de oración; está al final de un proceso de purificación de todo el entorno sensible y emocional de la persona. Es, pues, inaceptable, la fácil alegría con que se habla de “oración profunda” o de “métodos de oración contemplativa”. Todo puede ser una lamentable ilusión si no se entienden y adoptan las grandes claves de la oración realmente profunda.

Hay quienes, incluso, escriben: “métodos de oración contemplativa”. Justo la oración contemplativa es posible cuando no existen métodos, y la persona “sin camino”, se deja a merced del Amor, en una sublime decisión de “dejéme y olvidéme”, como canta Juan de la Cruz.

Tal vez se quiere entusiasmar a las personas con la perspectiva de la contemplación, pero no se puede falsear la verdad porque, como dice un antiguo refrán oriental, “si lo sabes las cosas son lo que son; y si no lo sabes, las cosas son lo que son”.

La vida de oración requiere una catequesis clara, precisa, sencilla. Después la gracia y la decisión personal tendrán que trazar y recorrer el camino. A esto lo llamo la “ciencia de la oración”, que siempre requiere una “ciencia del hombre”, que se va descubriendo y construyendo en la presencia de Dios. La oración es una gozosa inmersión en el misterio del hombre y en el de Dios. Tal vez mejor decirlo al revés: “en el misterio de Dios, donde el hombre se entiende y se “sabe” a sí mismo”.

Terapia, normalización y santidad son parte del mismo proceso. ¡Y nunca son una moda!

NICOLAS DE MA. CABALLERO, CMF


domingo, 18 de agosto de 2013

Aprende a orar, ¡el más bello regalo!

Aprender a orar es el regalo más bello que uno puede hacerse a sí mismo en esta vida; es la “máxima fuente de dignidad humana” (Gaudium et Spes 19). Aprender a orar, dentro del ejercicio básico, primordial, de nuestra fe y caridad, requiere la armonización de todo nuestro ser. Y, en esa creciente armonía, fruto del esfuerzo inteligente y de la gracia amorosa del Espíritu, al orante se le revela el pensamiento del Padre: Cristo Jesús (Jn 14, 23).

Aprender a orar no es tanto aprender una metodología cuanto aprender el arte de la inmersión en nuestra naturaleza profunda, ya cristiana, donde Dios nos espera (GS 14).

Orar y enseñar a orar requieren una intención seria y una atención permanente. Dedicado a este ministerio de la Iglesia, y consciente de todo tipo de limitaciones, me consuela y conforta sentir con santa Teresa: “Si las que os trataren quisieren comprender vuestra lengua, ya que no es vuestro de enseñar, podéis decir las riquezas que se ganan en deprenderla [ sic]; y de esto no os canséis, sino con piadad [ sic] y amor y oración –porque les aproveche- para que entendiendo la gran ganancia, vayan a buscar maestro que les enseñe; que no sería poca merced que os hiciese el Señor despertar algún alma para este bien” (SANTA TERESA, Camino de perfección 34 (20), 4 (6)).

Hazte un regalo: ora. Conviértete a la oración. Trata de aproximarte a un modelo sin igual de oración, Jesús.

“Llegada la noche, subió Jesús a un monte apartado,
para orar, y estaba allí solo” (Mt 14, 23).

Tú, seas quien seas, puedes ser un orante de profundidad. Basta vivir en amistad con Dios, en su gracia, y aprender a simplificar tu mirada y a abrir tu corazón al Amor del Padre.

Simplificar la mirada significa desocuparla de tantos contenidos mentales, imaginativos, y excesos verbales; desalojar de nuestra atención tantas palabras innecesarias, tantas referencias, alusiones, relaciones que encontramos entre ideas, palabras, imágenes… Y aprender a quedarse solo, en esa “soledad” sin “lugar”, “sin palabra”, “sin arrimo”, “como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora”. “Simplifica tu mirada”. “Abre tu corazón de pobre”.

Jesús no enseñó métodos de oración; enseñó la actitud sencilla y confiada de quien, estando con su Padre, habla o calla; llora o ríe; pide o se deja a su providencia amorosa.

De esta manera se va reconstruyendo una honda y precisa manera de ser adulto, por la oración: por la progresiva manera de simplificar la mirada, la advertencia, la atención, y por la apertura del corazón.

Orar, y orar de esta manera, es la gran oportunidad que se te ha dado para aprender, antes de morir, a iniciar y ahondar tu amistad con Dios, antes de que te encuentres “cara a cara” con Él y puedas reconocer al Padre escondido, al que hablas en la “oscuridad”.

NICOLAS DE MA. CABALLERO, CMF

domingo, 11 de agosto de 2013

UN MINUTO DE ORACIÓN ‘VIVA’

"Cada día, en la penumbra de un rincón de mi casa, medito. La ventana entornada tamiza la luz del día o dosifica la oscuridad de la noche. Meditar sumergido en la penumbra de un rincón preservado, es un privilegio para el espíritu. Cada cosa está en su puesto sin desmesura, únicamente para crear entorno, nunca para distraer.

Necesariamente tengo que crear armonías previas, nada solemnes, con la sencillez de una manera personal de liturgia, con la discreta presencia de la luz y sombra que protegen mi espacio exterior e interior. Allí me sumerjo y trato de manejar sin conflicto, toda la imperfección de mi mente, de mi afectividad y de mi cuerpo no bien hecho para el reposo, en la calma de  una venta entornada” (Un orante).

Crea el entorno sereno que tu oración necesita. Créalo realmente o visualízalo hasta que te impregne. ‘Retírate a tu habitación’ -dice Jesús- (Mt 6,6: a tu, tameîon, cámara en el piso bajo o interior de una casa oriente, con frecuencia usado para almacenaje o despensa, y, en todo caso, un lugar muy reservado).

Te aconsejo que grabes el siguiente ejercicio. Después, en actitud pasiva, lo escuchas y le dejas que ‘realice’ en ti su eficacia: la de hacerte más sencillo, menos estructurado, más ‘ligero’ del peso de tensiones y pretensiones. Grábalo despacio. Puede servirte como un limpiador de la mente saturada y cansada por sus pretensiones y por su habitual ansiedad.  
  
Pruébalo.

Reconstruye tu postura… Y con ella, elabora un nuevo gesto, un modo interno de sentir y de estar (Pausa breve).

Desestructura tu cuerpo tenso y rígido. ‘La oración hecha con los músculos tensos, no puede ser una oración recogida’. En la tensión siempre hay una actitud defensiva y una mirada a algo ajeno que nos amenaza. Eso no nos dejar estar ‘con nosotros mismos’.

Es importante que te sientes con tu espalda y cabeza  rectas... Requiere un cuidadoso aprendizaje. No es algo tan ingenuo como parece (Pausa breve).

Siéntate sin tensiones de postura;  déjate caer en vertical desde la coronilla de la cabeza hasta el asiento de la silla, en la que descansa todo tu peso y todo tu agobio
(Pausa breve).

Déjate caer en vertical. Sin rigidez, como cayendo sobre ti mismo. Siente que te desplomas por dentro de ti mismo (Pausa breve).

La cabeza se hunde en el cuello (Pausa breve),

el cuello en los hombros (Pausa breve);

los hombros en la espalda (Pausa breve);

la espalda cae sin esfuerzo, por toda la columna vertebral: por la espina dorsal y lumbar, hasta el asiento donde te apoyas (Pausa breve).

Deja que tu mandíbula caiga toda. Inicialmente deja que  tu boca se abra, siguiendo la caída de tu mandíbula y déjala que permanezca abierta. De esta forma sentirás toda la distensión saludable, que llega a tu cara y garganta. Y hasta notarás como se suelta tu cuello, por detrás.

Siente tus ojos cerrados (Pausa breve).

Sientes que una mano suave, con la palma abierta, caliente, pasa despacio, se desliza  por tus ojos,  y los cierra con suavidad (Pausa breve).

Siente que una mano amiga, silenciosa, suave, pasa por encima de tus ojos cerrados y los duerme, sin que se ‘duerma’ tu conciencia, tu capacidad de ‘estar despierto’. Tus ojos cerrados realizan más que un dormir, un espacio recogido, al abrigo de lo externo (Pausa breve).

Sin que entiendas cómo, la mano amiga llene de energía entra por tus ojos sin dañarlos, curándolos y dándoles reposo, sosiego, tranquilidad. Tus ojos dejan de reflejar tu inquietud mental y comienzan a expresar la serenidad de tu alma en Dios (Pausa breve).

Sientes tus ojos pesados y con sueño (Pausa breve).

Tus ojos no miran nada, aunque no se pierden en el vacío; simplemente, dejan de ‘representar el mundo’, están sobrenadando en una oscuridad, en la que no miran ni ven nada. En esa soledad de tus ojos la mente se tranquiliza y todo facilita una presencia silenciosa y un encuentro al abrigo de miradas ajenas (Pausa breve).

Y, si tu mente no está lo suficiente tranquila, realiza la práctica del Géiser, fuente termal de origen volcánico y que en forma de surtidor vigoroso, por lo general periódico, proyecta a la atmósfera columnas de agua caliente y vapor por una abertura en el terreno, conocida como chimenea o conducto de emisión. Vívelo como un formidable ejercicio de ‘descarga’: ‘Siente que por la cima de tu cabeza sale de forma explosiva, toda tu inquietud; tus tensiones, tu expresión reprimida; que todo sale por la cima de tu cabeza, potente, fuerte, como un volcán en erupción. Y te quedas tranquilo…


Tus oídos se recogen sobre sí mismo para hacerse sensibles a tu silencio interno, para escuchar el silencio que surge de dentro de ti, de más atrás de tus propios ruidos (Pausa breve).

Mantén tu cuerpo tan quieto como sea posible. Tu cuerpo es un lugar de oración; no solamente cuando lo usas, sino, sobre todo cuando lo vives y lo abres como ‘un seno’ donde puede caber Dios cuando se convierte en un espacio que acoge, sin protagonismo ninguno,  el don de Dios, y deja que ese Dios ‘cercano’ lo llene, te llene y, de alguna manera, se corporalice en ti (Pausa breve).

La postura quieta y sostenida, puede parecer la metáfora de un fósil, pero es un ‘estado de espíritu’ y, en el caso del orante, una manera de enamoramiento, como relata el Cantar de los cantares, que, aunque lo aplica al amado, es también la actitud de la amada: ‘Vedle ya que se para detrás de nuestra cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas’ (Ct 2,9).

Y, desde tu quietud, llámalo…Buen viaje…

lunes, 5 de agosto de 2013

La barca en el lago


Una barquilla[1] en silencio[2],
fragmento de poesía[3],
que se mece en la quietud
del lago[4], donde se mira[5].
Es misteriosa[6] y sencilla[7],
pero a nadie se lo cuenta[8];
sólo el aire lo adivina[9],
que cuando la empuja adentro
del lago azul[10], el misterio
lo grita el aire en la vela[11],
cuando del aire está llena[12].
                         Nicolás de María Caballero, cmf



[1] Lc 10,21; 1Co 1,27; 1Co 3, 18
[2] Col 3,3
[3]  II P 1, 4
[4]  Hc 17, 28; 1Co 1, 30
[5]  Lc 10, 39
[6]  Ef 1, 1-12
[7]  Lc 10, 21; 1Co 2, 11
[8]  1Co 1, 31
[9]  Rm 8, 9.27; 1Co 2, 10
[10] Ef 3, 18-19
[11]  Gal 3, 6; Rm 8, 15-16; 2Co 3, 18; Ef 5, 1.
[12]  Rm 8, 14

domingo, 4 de agosto de 2013

Siéntate y no hagas nada


Las primeras preguntas que se le ocurren a alguien que quiere conseguir un objetivo, son: ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo lo tengo que hacer?

- ¡Nada! -es la respuesta en este caso. ‘Simplemente estás ahí, sentado, sin hacer nada... y todo es silencio, todo es paz,  todo es bendición. Has entrado en Dios, has entrado en la verdad[1].

La vida de oración requiere gran energía para poder afrontar la naturaleza y la situación de nuestra mente. La mente no sabe ‘estar’ ante un acontecimiento que no ve, ni toca, ni controla; ante un acontecimiento en el que el cuerpo no responde; la mente se revuelve inquieta, siempre a la expectativa y a la espera de resultados inmediatos, rápidos, tangibles y de reducir la relación silenciosa a  alguna forma de sensación o de sentimiento afectivo.

Afirma alguien que apenas se encuentran personas que quieran afrontar el hecho de su propia ‘inquietud y confusión mental’; que acepten en paz la oscuridad ‘normal’ de lo que es misterio. Apenas se encuentran personas que acepten trascender su propia mente, vivir al margen de la utilidad inmediata. No hacer nada es un reto; no es necesariamente pereza porque ‘no hacer nada’ cuesta más que ‘hacer’. No hacer nada es tratar de ponerse silencioso al lado del acontecimiento: asumirlo como tal y esperar a que se revele.

Refiriéndose a su maestro, cuando lo encontró, Toni Roberson cuenta:

“Con ojos resplandecientes me invitó a entrar y a tomar lo que tenía para ofrecerme. No comprobó mis credenciales, no revisó mi karma, no midió mis méritos. Vio en mis ojos que estaba emocionada de verle y preguntó:
 
-Dime qué quieres.
 
-Quiero la libertad -respondí-: quiero ser libre de todos mis enredos y errores conceptuales. Quiero saber si la verdad final y absoluta es real Dime qué tengo que hacer.
 
-¡Estás en el lugar adecuado! -respondió, y después aña­dió-: No hagas nada. Tu principal problema es que no paras de hacer. Abandona todo hacer. Detén todas tus creencias[2], toda tu búsqueda, todas tus excusas, y ve por ti misma lo que ya está ahí y siempre ha estado ahí. No te muevas. No te muevas hacia nada, ni te alejes de nada. En este instante, aquiétate.
 
No sabía qué quería decir, porque estaba sentada y quieta.
 
Entonces me di cuenta de que no se refería a la actividad física. Estaba pidiéndome que detuviera toda actividad mental. Podía oír las dudas en mi mente, el miedo de que la deten­ción del pensamiento implicara el abandono del cuidado de mi cuerpo, la imposibilidad de salir de la cama, de conducir mi co­che, de ir a trabajar... Estaba aterrorizada. Sentí que si dejaba de buscar, perdería todo el terreno que creía tener ya cubierto en mi búsqueda, que podría perder parte de lo conseguido.
 
Pero él era una presencia enorme, y en el momento en que le miré a los ojos, reconocí una fuerza, una claridad y una amplitud de visión que me pararon en seco. Había pedido un profesor, y, por suerte, en ese momento tuve el buen sentido de reconocer a ese profesor que había pedido. La faceta indagadora de mi es­píritu me permitió ir sacudiéndome los pensamientos responsa­bles de mi terror y, creyéndome inmersa en lo que inicialmente parecía ser un abismo de desesperación implacable, comenza­ron a revelarse la plenitud y la paz tanto tiempo buscadas. En rea­lidad, siempre habían estado aquí, y nunca hubo peligro de que dejaran de estarlo. ¡Lo más sorprendente de todo fue darme cuenta de que eran viejas conocidas! En ese instante supe que cualquier cosa que pudiera haber deseado ser, ya formaba parte de mí: era el fundamento de mi ser puro y eterno. Todo el sufri­miento que había llamado «yo» y «mío» había tenido lugar en el puro ser resplandeciente. Y, lo que es más importante, vi que lo que verdaderamente soy es este ser. Este mismo ser está presen­te por doquier, en todo lo visible y lo invisible.
 
Con esta toma de conciencia se produjo un notable cambio de orientación de mi atención, que pasó de estar ubicada en mi historia a hacerlo en la interminable profundidad de ser que siempre había existido por debajo de ella. ¡Qué paz! ¡Qué des­canso! Previamente había experimentado momentos de unidad cósmica o de dicha sublime, pero esto tenía otra naturaleza. Era un éxtasis sobrio, el momento de reconocer que ¡no estaba limi­tada por la historia de mi «yo»!
 
La simplicidad de la toma de conciencia que se había dado en ese momento era difícil de creer. Nunca pensé que podía ser así de sencillo. Me habían enseñado que a menos que estés libre de pecado, de avaricia, agresividad, odio y karma, no puedes llegar a este lugar, y yo creía en lo que me enseñaban. Finalmente, me di cuenta de que cualquier cosa que pensara no era más que un pensamiento, y de que no podía confiar en él pues estaba su­jeto al condicionamiento y la desaparición. El descubrimiento de la verdad conllevaba la pérdida de confianza en él. El pensa­miento ya no podía ser el maestro. El miedo que antes me pro­ducía no saber se transformó en la alegría de no saber. No saber era tener la mente abierta a lo que no podía ser percibido por el pensamiento. ¡Qué alivio! ¡Qué profunda liberación!

Pasé algún tiempo con mi maestro, durante el cual me cuestionó y me puso a prueba hasta que comprobó que mis pensamientos se habían detenido. Cuando vio el resultado de ese aquieta­miento, me pidió que fuera «de puerta en puerta» y hablara a otros de mi experiencia. Yo le dije:
 
-Maestro, no sé cómo hacerlo -y él me respondió:
 
-Bien. Así sólo podrás hablar de tu propia experiencia”.

Gracias, Tony por haberme dejado copiarte y decir con tus palabras lo que yo siento y quiero contar a otros.

Un ‘pequeño’ apéndice bíblico; un programa, en el fondo: ‘Dichoso el hombre que escucha, velando ante mi puerta, guardando las jambas de mi entrada’ (Prov 8, 34). Pero, cuántos no saben esperar; y menos cuando el misterio no entra por los ojos…y se revela en una espera lenta, muy lenta, a veces; casi siempre…
         
Nicolás de Ma. Caballero, cmf.




[1] osho, Meditación. La primera y última libertad, Gaia, Madrid,   1995, 217.
[2] Creer en Dios no sirve de nada si no soy consciente de que ‘vivo en Dios’.